viernes, 1 de diciembre de 2017

La luz, divino regalo

Según la Biblia, el primer día, Dios creó la luz. En algunos pasajes del evangelio de San Juan, se relaciona a Jesucristo con la luz. Siempre la luz ha tenido significado divino para las diversas culturas. Así hasta hoy.

Catedral de Santiago de Compostela
Alguien me dice que el rayo presente en una foto mía, publicada aquí, le evoca la divinidad. La verdad es que lamento tal evocación, pues un fenómeno natural, perfectamente predecible, y de periodicidad conocida, no debería evocar nada divino, que suele ser sinónimo de inusual, extraordinario, A los hombres de ciencia no les gusta la idea de un Dios contraviniendo las leyes naturales. “Dios no juega a los dados”, dijo Einstein cuando, admitiendo su existencia, rehusaba la idea de que rompiese las leyes naturales, impuestas por Él mismo, dando paso al azar. Otra cosa es nuestra manía de atribuir al azar aquellos fenómenos cuyas verdaderas causas desconocemos. 

Esto de Dios y las leyes que rigen la naturaleza ha sido objeto de muchas y profundas reflexiones por parte de filósofos y científicos. A la gente de la calle nunca le importó nada, si bien algunas veces persiguió de manera cruenta a quienes, se decía, alteraban el orden establecido diciendo que tal orden era falso y que había otro más certero. También conviene decidir qué entendemos por “orden establecido”, claro, pues el favor popular es algo de lo que conviene dudar.

Hablando de Dios, su Creación y sus leyes, Descartes dijo que al día siguiente de haber creado el Universo, Dios emitió las leyes por las que se regiría, dejó todo funcionando de modo exacto, y se dedicó a otras cosas. A nosotros, decía Descartes, nos corresponde estudiar el modo en que las cosas funcionan y, al hacerlo, estamos estudiando a Dios a través de sus obras. A esto se llamó teología natural desde los tiempos de los Padres de la Iglesia.

El concepto de milagro, como alteración del orden establecido, nunca entró en las ideas de filósofos ni científicos. Jamás se rehusó exponer las propias ideas acerca de la divinidad y todos ellos, hasta el siglo XVIII, indicaron en sus obras sus respectivas ideas de Dios y de su incidencia en el mundo. A partir del siglo XIX, las creencias de los escritores pasan a ser algo personal, privado de cada uno. Por tanto, ya no se exponen en las obras científicas ni filosóficas, ni se pueden deducir a partir de ellas. 

Catedral de Lugo

De todos modos, eso de relacionar la divinidad con manifestaciones inesperadas o de bajísima frecuencia, ha sido una costumbre muy recurrente en la historia de nuestro pensamiento, desde las religiones más antiguas conocidas. Los primeros que se alzaron contra tal manera de pensar, fueron los filósofos jónicos que, ya en el siglo V a.C, dijeron que los fenómenos naturales se tenían que explicar mediante causas naturales, que era preciso encontrar mediante el estudio. Como corroboración de lo que decían, predijeron un eclipse solar y acertaron.

Tierras del Deza

No siempre los diferentes descubrimientos fueron objeto de alabanza. Muchos sabios sufrieron persecuciones de diversa índole. No voy a citar ningún nombre, pues no es ésta mi intención ahora. Pero no fueron pocas las veces en que se creyó que el avance científico atentaba contra la religión.

Es curiosa la dualidad, entre ciencia y creencia (a veces en forma de religión) y sus antagonismos. Las religiones, todas, tienden a tranquilizar a sus seguidores, relatándoles mitos que agradan y que contribuyen a hacer más llevaderas sus vidas. La ciencia se preocupa por explicar el entorno y lo que ocurre, sirviéndose de los conocimientos disponibles en cada momento histórico. Nunca la ciencia busca la tranquilidad ni la felicidad de sus seguidores, eso es cosa de cada cual y de su modo de acomodarse a la realidad. La ciencia, simplemente, ofrece interpretaciones pretendidamente fieles y, siempre, en constante revisión lógica, pues nuevos descubrimientos obligan a replantearse los conocimientos previos.

Hay cosas que las tenemos bien sabidas, y así en invierno el sol está bajo en nuestro horizonte europeo. El rayo de la foto lo vemos gracias al llamado efecto Tyndall, que es el fenómeno físico que hace que las partículas coloidales presentes en una disolución o en un gas, sean visibles al dispersar la luz. Eso es lo que ocurre cuando ese rayo de sol atraviesa el interior de las catedrales. Si bien sólo entra en ellas en días del solsticio de invierno, cuando está bajo sobre el horizonte. Si vemos el rayo es porque hay polvo en suspensión, o humo en el aire de las catedrales y no creo que, en esto, tengan que mediar divinidades. De hecho, es un fenómeno predecible para esos días con la única condición de que no haya nubes y, por tanto, luzca el sol.

Presento fotos de rayos de sol penetrando en las Catedrales de Lugo y Santiago. No hice más fotos de ese tipo, pues tampoco voy fotografiando rayos de sol que atraviesen cristales sin romperlos ni mancharlos.

Nubes en la Chaira lucense

Si a pesar de saber sus causas físicas, uno se siente sobrecogido por la belleza o por cualquier otra causa personal, es algo muy respetable por mi parte, faltaría más. Sentirse emocionado ante algo bello, es una suerte que conviene cultivar, pues produce muchas sensaciones felices.

viernes, 24 de noviembre de 2017

Manzanas, manzanas

Me atrevería a decir que la manzana forma parte de nuestra historia cultural, pues aparece en múltiples episodios con los que nos sentimos relacionados. Siempre me ha extrañado que, dada la gran variedad de frutas de que disponemos, determinados momentos importantes estén matizados por la presencia, o el protagonismo, de manzanas. Vamos a ver algunos.


Ahora, casi empieza todo
El primero de ellos se refiere a una época muy lejana,  en la que los animales hablaban, cuestionaban actitudes nuestras y se permitían aconsejarnos. Fue cuando una malvada serpiente trepó por un árbol y entabló conversación con Eva, animándole a comer una manzana. Aunque Dios lo había prohibido a la primera pareja, la serpiente fue sutil en su argumento tentador:”Seréis como dioses”. Lo que sigue, lo sabemos, comieron la manzana, recibieron su castigo y no, no fueron como dioses, el eterno afán de la humanidad. La tentación viene cargada de falsedades.

Han de pasar muchos siglos para que volvamos a encontrarnos con otra manzana. En realidad es un concurso de belleza dentro de unas bodas. Pero será preciso saltar fronteras e irnos a las bodas de la diosa Tetis, hija de Zeus, con el mortal Peleo. En la boda todo es fiesta y alegría, pues nadie recuerda haber olvidado a la diosa Eris, la diosa de la discordia, quien, molesta por no haber sido invitada, se presenta en la boda, y deja una manzana dorada con la frase "para la más bella".

El premio será para la más bella

Ya tenemos el problema planteado. El primer concurso de belleza del que tengo noticia, el concurso en el que quienes participan, aunque dicen que gane el mejor, siempre creen ser ese "mejor". Tres de las diosas presentes, Hera, Atenea y Afrodita se pelean por la manzana teniéndose como merecedoras de ella. Zeus escoge como juez para dirimir la disputa al príncipe pastor de Troya, Paris. Las tres diosas intentan sobornarlo ofreciéndole distintos dones, pero al final, el príncipe pastor entrega la manzana a Afrodita, lo cual, a la larga, desencadena la guerra de Troya. ¡Qué actual todo esto! los enfados por el veredicto, el creerse merecedora del premio, los intentos de soborno, ¿qué me recuerda todo esto? Quienes estaban allí opinan que Paris fue justo, pero la justicia en estos casos parece no ser un bien preciado.

Esto de gente que se siente agraviada por no ser invitada a fiestas es bastante frecuente en nuestras historias y en nuestros días. No sé por qué hay quienes se creen con derechos a ser tenidos en cuenta y se ofenden si notan haber sido olvidados. Recordemos al hada mala que castiga a la Bella Durmiente por el mismo motivo, un olvido involuntario. Al menos, eso nos dice el relato. Parece que muchos no perdonan que se olviden de ellos.

Pobre niño, la verdad
Otra historia en la que una manzana juega un papel importante, es la de Guillermo Tell. Es un relato fuertemente vinculado a los primeros actos suizos de afirmación nacional. Según la leyenda, Guillermo se negó a rendir pleitesía a un símbolo del gobernador, situado sobre un pedestal honorífico. Hasta entonces, Guillermo no se había destacado por su afán independentista aunque, eso sí, era famoso por su puntería con el arco. La historia nos dice que quien ostentaba la autoridad local le quiso obligar a deponer su actitud rebelde y, al verlo obstinado en ella, lo condenó a muerte, aunque el castigo sería perdonado si era capaz de atravesar con una flecha una manzana colocada sobre la cabeza de su hijo. Otra vez la manzana.

El resultado los sabemos todos. Es curioso que no existe ni un solo dato histórico acerca de la existencia real de Guillermo Tell. Los primeros escritos sobre él aparecen como dos siglos más tarde. No obstante, su gesta es conocida, querida y respetada por los suizos y ha tenido gran repercusión en el mundo de la creación artística, con su niño y su manzana en la cabeza.

La manzana en el avance científico

Yo me pregunto, ¿qué tiene la manzana que no tengan otras frutas? Su color, sabor y olor son indiscutibles, cierto, pero otras frutas también poseen características muy suyas y, sin embargo, no disponen de esta aura de encantamientos y protagonismos. Porque la manzana no solo ha estado en la raíz de la guerra de Troya, o en nuestra expulsión del Paraíso, también en los albores del nacimiento de la ciencia moderna, nos encontramos con una manzana. Me refiero a la que, según se dice, cayó sobre Sir Isaac Newton, dándole motivo para reflexionar sobre el tema y llegar a la formulación de la Ley de la Gravitación Universal.

Siempre la tentación viene acompañada
de promesas hermosas

No quiero olvidar el cuento que ha conmovido a tantos y tantos niños, por tener todos los ingredientes necesarios para hacerlo. Me refiero a Blancanieves. Hermosa en grado sumo, sus problemas comienzan por una madrastra que se sabe menos hermosa que ella. Si no puedes vencer a tu enemigo, destrúyelo, parece ser su lema. Y encarga su destrucción, pero su espejo mágico le informará de que la niña sigue viva. Es entonces cuando ella misma decide matarla, sin recurrir a intermediarios. Se disfrazará de vieja y le regalará una fruta envenenada. Lógicamente, una manzana.

Mejor, no decir nada

De nuevo la manzana. Formando parte de nuestro fondo histórico, literario o legendario, las manzanas nos han acompañado desde niños hasta hoy. Incluso ahora, una gran empresa informática tiene su nombre y su logotipo es una manzana mordida. La manzana. Hay muchas otras frutas que hubiesen merecido otros lugares en nuestros imaginarios. Cerezas, peras, naranjas, no sé. Tal vez su carácter cosmopolita haya ayudado a esta presencia en nuestros relatos. Pero ¿y hoy? Hoy sigue teniendo su historia, con sus claroscuros, y una realidad incierta, que he comentado en otra entrada de este blog.

viernes, 17 de noviembre de 2017

Emergencia de caracteres

Decía Aristóteles que el todo es más que la suma de las partes. Hoy consideramos a Aristóteles como el padre de la biología clásica y, hasta la irrupción de la biología molecular, podíamos decir sin temor a equivocarnos, que todas las ciencias biológicas nacían de observaciones y comentarios suyos.



Como decía el filósofo ateniente, en los sistemas organizados naturales pueden aparecen propiedades propias del mismo sistema, que no se pueden predecir a partir de las propiedades de sus componentes. Son completamente nuevas, suyas, y desaparecen al disgregar al sistema para llegar a sus componentes estructurales. Por ejemplo, pensemos en el agua sin ir mas lejos, y utilizando un compuesto conocido por todos. Nadie que no la conociese, podría predecir sus cualidades, propiedades o comportamiento físico-químico, por mucho que conociese a sus componentes, al oxígeno y al hidrógeno.

Estructura del agua.
Componentes gaseosos. Compuesto líquido

A esa aparición de caracteres inesperados, o no deducibles a partir de los componentes, es a lo que se llama emergencia, y de ahí aparece el concepto de caracteres emergentes. 

La emergencia de caracteres ocurre con frecuencia en los compuestos químicos, como el agua que he mencionado antes, pero también en otros compuestos inorgánicos, como rocas, y orgánicos, como seres vivos. Los más relacionados con las actividades vitales, tales como la ya mencionada agua, el anhídrido carbónico, la glucosa y los genéricamente llamados principios inmediatos, presentan una gran cantidad de caracteres emergentes, todos ellos impensables a partir de sus componentes esenciales, pero fundamentales para contribuir a las actividades biológicas.

Desde el punto de vista biológico, algunos caracteres importantes para nosotros, como el psiquismo, la memoria o comportamientos de los organismos atribuibles al sistema nervioso, como actos reflejos, pueden tener su base no en órganos determinados, sino emerger como consecuencia de algunos tipos especiales de neuronas o, incluso, de su número o de otro tipo de estructuras.
Cabeza de caballo. Tal vez resultado emergente
de la acción coordinada de muchos genes.

Por otra parte, la paleontología induce (sólo induce) a pensar que algunos caracteres morfológicos no son consecuencia de mutaciones de genes concretos, sino que más bien aparecen como consecuencia de la acción coordinada de muchos genes acumuladas simultáneamente y todas ellas incidiendo en estructuras morfológicas relacionadas. Por ejemplo, (solamente es un ejemplo), algunos rasgos de cabezas de mamíferos serían consecuencia de muchas actuaciones de genes que afectasen a diferentes pares de esas cabezas, pero ninguna de ellas afectaría a la morfología concreta, que realmente no estaría regida por genes. Ésta, la forma concreta de la cabeza “emergería” como consecuencia de las acciones sencillas de varios y diferentes genes, todos ellos afectado a caracteres que se expresen en dicha estructura.

No es mucho lo que se sabe acerca de esta situación, pero siempre que se dan complejos estructurados, emergen los mismos caracteres. Es decir, no son cosas aleatorias. 

Enjambre.
¿Un individuo o muchos?

Los enjambres presentan propiedades emergentes, con comportamientos fijos por parte de cada uno de sus miembros. Tan rigurosos son esos comportamientos y tan estructurados, que no faltan biosociólogos que pretenden considerar como individuo a cada una de las colmenas. Para aceptar esta propuesta, sería preciso replantearnos qué consideramos como individuo. Pero ningún biólogo ha rechazado esa propuesta de los biosociólogos. Nadie la ha rechazado, pero tampoco nadie la ha aceptado, mas bien ha quedado como postura extravagante que nos recuerda que, en biología, nada hay fijado ni considerado de modo definitivo. 

Cada idea que tenemos, y que consideramos definitiva, vemos cómo se nos desvanece conforme vamos profundizando en los estudios y, por consiguiente, ampliando nuestros conocimientos. Un proceso dinámico muy interesante de observar, de vivir.

La interpretación de la emergencia representa una gran interrogante en nuestro saber.

viernes, 10 de noviembre de 2017

Las preguntas en el desarrollo científico

La ciencia avanza con velocidades diferentes según las épocas o las áreas de conocimiento de que se trate. En la medida en que la ciencia pretende dar respuestas a interrogantes planteados en relación al entorno, el avance dependerá del hallazgo de tales respuestas. Pero, para que la ciencia progrese, conviene que las preguntas sean pertinentes y que estén formuladas desde una óptica científica correcta, pues preguntas erradas solamente producirán respuestas también erradas.


En la historia de la ciencia existen momentos importantes, que son aquellos en los que las preguntas se formulan con el rigor adecuado. Normalmente, los hechos que van a desencadenar el proceso científico están ante nosotros, pero solamente unos pocos, de mentes avisadas, son capaces de reparar en lo desacostumbrado de ellos y considerar estimulante dedicarse a su estudio para, después, poderlos explicar. Con las preguntas que plantean, son esos mismos hechos los que desencadenan la búsqueda de las respuestas que hacen avanzar a la ciencia. Hay veces en que esas respuestas aparecen después de formuladas las preguntas. En otras ocasiones, han de pasar cientos de años antes de ser encontradas. Tal fue el caso que voy a comentar ahora.


SABIOS BUSCANDO RESPUESTAS


Conviene irnos a la época en que ocurrieron los hechos que comento, los siglos XIV e XV. Era cuando el poder de los señores feudales comenzaba a sufrir limitaciones, surgiendo los burgos como manifestación de la nueva estructura social. El estilo románico había dado paso al gótico y Europa renacía después de una epidemia de peste que había diezmado la población. En las personas de este tiempo aparecieron hondas dudas en relación a Dios, por haber permitido dicha epidemia (estas dudas, con el tiempo, tomarían cuerpo en el protestantismo).



OTROS ESTILOS ARTÍSTICOS


En medio de esta transformación social, no faltaron nuevos conceptos con los que enjuiciar a las personas y sus comportamientos, como podemos notar al fijarnos en los epítetos dados a los reyes: "El Bueno", "El Sabio", "El Magnánimo", "El Ceremonioso" y otros semejantes, muy diferentes a los aplicados en los siglos anteriores: "El Fuerte", "El Bravo" o incluso "El Velloso".


ARMADO, BIEN ARMADO


Otro tanto podemos detectar en la escultura funeraria, como es posible comprobar en una visita que hagamos a la iglesia de San Francisco, en Betanzos. En ella, junto al sepulcro de Fernán Pérez de Andrade, "O bóo", Conde de Andrade, ataviado con una armadura recia y poderosa, vemos en sepulcros de tiempos más recientes cómo están representadas personas con ropas elegantes, más propias de una vida palaciega y cortesana. El culmen de nuestra escultura funeraria de este tiempo, está en Sigüenza, donde un hombre en la flor de la vida, conocido como el Doncel de Sigüenza, está representado en actitud de reposo, leyendo un libro, lejos de los campos de batalla.


EL DONCEL DE SIGÜENZA


También a través de la pintura podemos ver cómo cambia el vestuario, usando colores nuevos y otros tipos de ropas que confieren a sus portadores mayor esbeltez y elegancia. En los frescos de Piero della Francesca, por citar un caso, es posible comprobar esto, pero también en otros pintores contemporáneos suyos. 


Gracias a los viajes de Marco Polo a China, se abrieron nuevas rutas y aparecieron nuevas mercancías para el comercio. En ferias y mercados se ofrecían sedas, especias y otros productos exóticos que, por sí mismos, pronto serían signos de singularidad para quienes los usasen. Por todas partes tomaba cuerpo otro concepto sobre la calidad de vida en el que la belleza, no iba a ser menos, era definida de acuerdo con el ideario del momento histórico.


En toda esta compleja transformación de pensamiento y de criterios que se estaba produciendo, no eran pocas las tareas que era conveniente realizar para adecuarse a las novedades. Una de ellas, y no menor, consistía en encontrar medicinas apropiadas para enfermedades que eran históricas en Europa. Tal era el caso de la viruela. Se sabe que fue traída a Europa por los árabes, andando el siglo VI, y desde entonces fue endémica en el continente hasta finales del siglo XIX. Enfermedad muy extendida, comportaba una elevada mortalidad. En caso de que los enfermos sanasen, dejaba profundas cicatrices perfectamente visibles e incompatibles con cualquier concepto de belleza.


EL MARQUÉS
La mayoría de la gente consideraba a las enfermedades como un fantasma, por todo cuanto traían con ellas de dolor, fealdad y, muchas veces, muerte. Supongo que la gente de esos siglos en que tanto se veneraba la belleza, estaba envidiosa de quien mostrase tener salud o, incluso, estar defendida (hoy diríamos inmunizada) de padecer enfermedades concretas. Tal vez esto fuese lo que le pasó al Marqués de Santillana (1398-1458) antes de escribir:



Moza tan fermosa

non vi en la frontera,
como la vaquera
de la Finojosa ...

Por lo que sé, el Marqués era un noble muy de su tiempo, cortesano y acostumbrado a las comodidades que puede proporcionar cierto estilo de vida. Puede que, sin decirlo, también tuviese miedo de la viruela y otras enfermedades propias da época. Quiero pensar que la hermosura que tanto asombrara al Marqués no era otra cosa más que la ausencia de rastros de viruela en la moza vaquera que, por lo tanto, manifestaría un rostro terso, hermoso y con el color propio de la gente joven que trabaja en la montaña. En aquel tiempo, la capacidad de resistencia al mal sería un bien inestimable atribuido al uso de hechizos y ensalmos apropiados. Por eso, se creía que su posesión era más asequible a personas con un cierto tipo de poder que no poseía la gente común.

SIN SABERLO, SE INMUNIZA

Siempre me extrañó el hecho de que el Marqués no creyese que la moza fuese vaquera, puede que por considerarlo un trabajo inapropiado para una muchacha tan hermosa. Como si, para él, una cosa estuviese reñida con otra.

La vi tan graciosa,
que apenas creyera
que fuese vaquera
de la Finojosa.

Nunca creería el marqués que el trabajo de la moza era la causa de que no padeciese la viruela, pero es posible que el el lugar, (hoy, Hinojosa del Duque), escuchase más de un comentario referente a la ausencia de viruela en quienes realizaban tales trabajos.

Nada se sabía acerca de la causa de tal relación. Deberían pasar muchos años antes de que se encontrase. Tal vez, al Marqués le costaba dar crédito a los comentarios de los pueblerinos y no deja de ser curioso que por mucho que se lo diga la moza, el poeta cortesano no salga de su empeño:

Juro por Santana
que no sois villana.

El Marqués se asombra de la belleza de la vaquera, pero no es el único que en aquel tiempo constata la bondad de la vida campesina. Pensando de modo semejante, pero distanciados de nuestro Marqués por miles de Kilómetros, y también por huir de una epidemia de peste, unos adolescentes de Florencia marcharon al campo en busca de refugio, en la espera de que pasase la epidemia. Bocaccio nos cuenta cómo pasaron esos días de reclusión contando cuentos, que recogió en su Decamerón. No son pocas las alusiones literarias que prueban cuanto digo y no voy a citarlas, pues no vienen al caso. Lógicamente, en la vida campestre las personas estaban más protegidas de enfermedades contagiosas de fácil difusión urbana, donde, por otra parte, escaseaban los medios antisépticos necesarios.



GENTE SANA, LOS VAQUEROS


El Marqués de Santillana deja planteada una pregunta que, posiblemente, estaba en la mente de muchos contemporáneos suyos: Cuál era la causa de que unas personas, con un trabajo concreto, no padeciesen una enfermedad también concreta. Hoy sabemos que esta relación tiene una base científicamente explicable. Gracias al poema, sabemos que en ese tiempo la pregunta, como primer proceso del avance científico, ya estaba planteada y bien planteada: Comprobada la resistencia de unos trabajadores a una enfermedad, mortal en la mayoría de las ocasiones, cuál era la causa de esa resistencia. Si estos trabajadores no tenían mayor acceso al uso de ensalmos y hechizos, la resistencia debía tener base natural.

Con la pregunta apropiada del Marqués ya estaba en marcha el progreso, si bien aún no estaba definido el camino para alcanzar la respuesta adecuada. Antes, deberían ocurrir muchas cosas, convenía incrementar conocimientos y descubrir técnicas. Pero el reto estaba lanzado: Algo poseían los vaqueros que los volvía inmunes a la viruela.




Fue Jenner, médico británico, quien, hacia finales del siglo XVIII, observó que en las ubres de las vacas aparecían pequeñas pústulas semejantes a las producidas por la viruela. También se dio cuenta de que las personas que andaban con esas vacas presentaban resistencia a la enfermedad y que, frecuentemente, tenían heridas en los dedos y en las uñas con pequeñas pústulas en ellas. Pensó si acaso habría alguna relación entre tales datos y la inmunidad que presentaban esas personas a la viruela. De modo temerario, en 1796 inoculó a un adolescente el exudado procedente de lesiones presentes en las vacas (vacuna). Hoy sabemos que, en realidad, lo que hizo Jenner fue provocar en el muchacho una enfermedad atenuada, pero suficiente para estimular la formación, en su sistema inmunológico, de anticuerpos que, en su caso, serían capaces de repeler la infección de los virus de la viruela si el chico fuese infectado por ellos. Encontrando un método para prevenir enfermedades contagiosas, había descubierto la vacuna. Pasteur profundizaría en su estudio y perfeccionamiento. 

Tenemos que agradecer a Jenner que la viruela dejase de ser una tremenda plaga mundial. En un tiempo, fue obligatorio vacunar a los niños contra ella pero luego, y gracias al mismo método aplicado a lo largo de muchos años, la enfermedad desapareció de manera espontánea. En el año 1979 la O.M.S. la declaró erradicada del mundo, dejando de ser obligatoria su vacuna. 

En relación a la viruela, vemos cómo en el siglo XIV ya estaba marcado el camino para encontrar su remedio, es decir, ya estaban formuladas las preguntas apropiadas. Con el tiempo, vendría la constatación de datos, la búsqueda de respuestas en un ambiente cultural y de conocimientos apropiado y, finalmente, se alcanzarían las respuestas. El proceso científico siempre sigue este camino, comenzando con la formulación correcta de preguntas para explicar hechos que resultan raros según los conocimientos de la época. Pero mientras no aparezcan formulaciones concretas de preguntas sabiamente planteadas, no será posible abrir los caminos adecuados en la obtención de sus respuestas. 













viernes, 3 de noviembre de 2017

Cuando un bosque se quema


Este artículo lo publiqué hace mucho tiempo en prensa local (unos cuarenta años). Más tarde, mi amigo Juan Blanco lo reprodujo en su blog “Fragmentos de Galaxia” con fecha 19,09,06. Lo traigo aquí porque lo sigo considerando de interés y dolorosa actualidad. Por desgracia para todos.









En la década de los sesenta, en nuestro país los incendios forestales comenzaron a ser plagas propias de las estaciones secas. Como hoy, los había de dos tipos según su origen: los espontáneos (los menos) y los provocados (los más). También fue en aquella época cuando apareció una oposición conceptual al régimen político de entonces. Cuando digo conceptual, quiero indicar que tal postura se generalizó entre intelectuales que mantenían una postura crítica relativa a la situación y todo lo relacionado con ella. Esta oposición tenía sus lugares culturales de encuentro, como podían ser cine-clubs, recitales de cantautores, libros de editoriales concretas y determinadas revistas españolas como "Triunfo". En este sentido, un humorista catalán, Perich, alcanzó bastante predicamento en estos medios por su manera de enjuiciar la realidad social.

En relación con los incendios provocados, recuerdo que no faltó quien los alabase por considerarlos como un frente más de la lucha política. Por su parte, el gobierno comenzó a alarmarse con su proliferación y puso en marcha campañas masivas de concienciación destinadas a contrarrestarlos, utilizando para ello los medios de comunicación social. Con este motivo nos hizo llegar un mensaje que muchos recuerdan: "Cuando un monte se quema, algo suyo se quema" en su campaña contra incendios del año 1962. Según mi opinión, el eslogan debería haber tenido mayor fortuna de la que cosechó, pero no fue así y no por la veracidad de su contenido, sino por el bajo nivel de conocimientos ecológicos por parte de aquellos a quienes iba dirigido. Las preocupaciones por los problemas medioambientales aún no habían cuajado entre el gran público. 



Para terminar de rematar el poco éxito de la campaña que comento, el bueno de Perich modificó el slogan publicitario para hacer con él un chiste que, sin duda, también recordarán los de edad similar a la mía: al mensaje en cuestión le añadió una coletilla, de forma que aparecía del siguiente modo: "Cuando un monte se quema, algo suyo se quema… (Señor conde)". Estoy seguro, completamente seguro, de que el bueno de Perich nunca pudo suponer lo desafortunado de la coletilla y de la trascendencia funesta que acarrearía al incidir en los escasos criterios ambientales de la población. 

El chiste de Perich se propagó como un reguero de pólvora, tanto por su actitud de rechazo a la política oficial como por el mensaje subliminal que venía a decir que la oposición era muy inteligente y perspicaz, siendo capaz de descubrir la mentira de los mensajes gubernamentales. Parecía como si se le dijese al Gobierno que, en aquel tema, se le había cogido en falta. Por parte de muchos españoles se le confirió total veracidad a la coletilla que comento sin cuestionar para nada el cambio de matiz que se introducía en el eslogan. Así, puesto que eran pocos los propietarios de bosques y el problema de los incendios era por completo cuestión suya, ya que "cuando un monte se quema, algo suyo se quema, señor conde", la conclusión a la que se llegaba sin mayor dificultad mental era que el señor conde arreglase el problema, que fuese él quien hiciese frente a los incendios y quien intentase erradicarlos, ya que había sido el propietario del bosque quemado y seguía siéndolo del terreno arrasado. Es decir, por obra del chiste de Perich, el incendio forestal no llegó a ser considerado como algo concerniente a todos, pasando a ser de la incumbencia exclusiva de los propietarios de los árboles quemados.


Con estos auspicios conceptuales, se inició una época en la que los incendios estuvieron rodeados de un total desinterés por parte de la mayoría de los ciudadanos españoles. Motivos de toda índole andaban detrás de la mano incendiaria, mientras la mayor parte de la población asistía indiferente a la catástrofe que se producía cada verano. En todo caso, se recordaba al "señor conde" al que se le quemaban árboles.


Se precisó el paso de muchos años para que los conocimientos ecológicos se extendiesen entre la población. Con el tiempo, comenzó a ser de dominio público el saber que un árbol produce unos beneficios inmediatos, como pueden ser sus frutos o su madera, de los que se aprovecha su propietario, pero que hay otros beneficios producidos, los ecológicos, que revierten directamente en el mantenimiento del ecosistema y de los cuales nos beneficiamos todos los seres vivos. Fue entonces cuando nos percatamos de lo cierto que había en aquel antiguo eslogan: que era verdad que cuando un monte se quema, algo nuestro se quema, pero desde entonces habían pasado muchos años, muchos veranos devastadores que han dejado nuestro paisaje extenuado. 

Ahora se vuelve a empezar y, teniendo en cuenta el nivel de conocimientos ecológicos de aquellos a quienes se dirige la campaña, se hace ver el interés que tiene para todos el mantenimiento del medio natural, que hay que defender a toda costa. En este tiempo añoro nuevos eslóganes, buenos por eficaces, que nos vengan a recordar que sí, que cuando un bosque se quema, algo nuestro se quema. 









viernes, 27 de octubre de 2017

La hipótesis del blanco

Me gusta meterme en los libros científicos y, si es posible, leerlos en sus lenguas originales. En ellos hay criterio, opiniones, se discuten teorías, se explica cómo se van afianzando los conocimientos, etc, etc. En general, su lectura proporciona un amplio conocimiento sobre la ciencia de la que trata. He conocido libros geniales, algunos de ellos me han acompañado desde mi época de estudiante.



Pienso en el llamado “Principios de Genética”, de Th. Dobzhansky, que se editó en 1958. Durante muchos años fue el único libro de Genética editado y en los departamentos correspondientes se le llamaba “el libro”. Luego fueron apareciendo más y más en diversos formatos, pero el primero, el Dobzhansky, como le llamábamos por su autor, siguió siendo insubstituíble. Lo acabo de mirar ahora mismo. Sus páginas tienen para mí mucho de entrañable, pues en ellas encuentro al estudiante que fui, empeñado en comprender algo o en resolver algún problema de los que allí venían. 



Con los grandes científicos ocurre una cosa singular. Me explico. Cuando se escribió el libro, aún se conocía muy poco de los ácidos nucleicos, de la acción mutagénica de las radiaciones, o de genética evolutiva en general. No obstante, leyendo ahora los textos escritos hace más de medio siglo y viendo las opiniones vertidas en él, es fácil ver cómo el autor intuía lo que luego se comprobó con certeza. 

Algunos científicos tienen tan metido en su mente la naturaleza del objeto que estudian, que poseen una clarividencia grande sobre él e intuyen características suyas, que son difíciles de comprobar en el momento en que las enuncian, pero esas propuestas quedan planteadas como retos a los siguientes investigadores. Ocurrió con Francis Crick o con Albert Einstein, que hoy se está comprobando mediante estudios complicados cómo sus intuiciones eran veraces, aunque no se pudiesen comprobar en aquel tiempo. 

En el libro de genética que comento, también es sencillo encontrarse con interpretaciones que quedan inacabadas por falta de conocimientos en aquella época, pero con frases insinuadoras sobre las posibles soluciones, que luego mostraron ser acertadas.

Voy a comentar un solo caso, de entre varios que aparecen en el libro. Hablando del efecto mutágeno de la radiación, el autor comenta los resultados experimentales del investigador ruso N. V. Timofeev-Resovskij, quien trabajando con Drosophila melanogaster, la mosca del vinagre, descubrió la relación directa y lineal entre la dosis de radiación y la respuesta a modo de mutaciones letales en el cromosoma X de machos irradiados. Sus resultados los publicó representados en la gráfica que añado a continuación.

Relación Dosis de radiación - aparición de mutantes
letales en el cromosoma X de los machos irradiados.

Estos trabajos se realizaron en años tempranos de la década de 1930. Era cuando se comenzaba a conocer el papel de los ácidos nucleicos en la herencia, pero se desconocía su estructura molecular. Había una fuerte corriente científica que atribuía a las proteínas el papel de transmisor de la herencia biológica. En esa misma década, T.H.Morgan recibe el Premio Nobel por demostrar, entre otras cosas, la base cromosómica de la herencia, así como que los genes están situados en los cromosomas, en lugares concretos y dispuestos de modo lineal, nunca ramificado.

Pero en los cromosomas hay proteínas y ácido nucleico, las dos moléculas sobre las que se discutía su protagonismo en la herencia. Aunque se conocía bien la estructura de las proteínas, afloraban múltiples experiencias que obligaban a decantarse por los ácidos nucleicos, unos compuestos casi desconocidos entonces.

Tampoco faltaban los que seguían defendiendo la idea de que los genes eran algo espiritual, como un soplo inefable, si bien Mendel había demostrado cómo se transmitían de modo inalterable a lo largo de las generaciones, aunque pudiesen estar ocultos en los individuos sin manifestarse.


Eran reales los genes, existían de modo discreto, concreto, se podía actuar sobre ellos? La interpretación de los efectos de la acción mutágena de los rayos X aportaron luz a estos debates. Si nos fijamos en la gráfica que presento, vemos una relación directa, lineal, entre dosis de radiación (causa) y aparición de mutantes (efecto). Aunque la gráfica no lo indica, a cero Roentgens de radiación, corresponde un 0,02% de mutación. No es error, más bien es una prueba de la precisión del experimento, pues esa cantidad representa la frecuencia de la mutación espontánea.



Viendo la gráfica, y en el ambiente de entreguerras de entonces, no faltó quien dijese que a dosis doble de radiación, correspondían dosis doble de mutantes. Era un resultado similar a lo que ocurre en un bombardeo, en el que lo importante es dar en el blanco. Cuando se duplica la dosis de bombas, o de unidades R, las respuesta es el doble de víctimas o de mutaciones, pero para que tal ocurriese, los genes tendrían que tener estructura material. Se fraguó con esta idea la que hoy conocemos como “hipótesis del blanco”, que resultó ser verídica. 


Según esta hipótesis, para que se produzca una mutación, las radiaciones han de alcanzar el blanco y ese blanco es el gen. Ya digo, se comprobó lo acertado de la hipótesis, y sin pretenderlo, también se confirmó la naturaleza material de los genes, pues para que ocurriese tal respuesta, era preciso que los genes tuviesen una base material.

T.H.Morgan había demostrado que los genes ocupaban un lugar concreto en los cromosomas y fue premiado con el Nobel en 1933. Ahora, otros investigadores, estudiando el efecto de las radiaciones sobre el material hereditario, demostraban la naturaleza material de los genes. También fueron reconocidos con el Premio Nobel en 1946.

viernes, 20 de octubre de 2017

Caza y selección natural

Me dice un familiar que tal como actúan la caza y los cazadores, es algo equiparable a como lo hace la selección natural. Según él, ambas actividades contribuyen a mantener las poblaciones cinegéticas en su justo, y ecológico, nivel.



La verdad es que, de pronto, me quedo sin saber muy bien qué decirle, porque le considero un buen profesional, aunque cazador. Me gustaría que me dijese qué entiende por nivel ecológico de una población cinegética. Y le pregunto que cómo mantienen ese nivel las especies no perseguidas por los cazadores. No me sabe contestar, claro. Nunca oí hablar de tal concepto, ni siquiera invocarlo.


Vamos por partes. Para comenzar recuerdo lo que he dicho en múltiples ocasiones, y es que somos los únicos seres de la Tierra que matamos por placer o como castigo. El resto de animales lo hacen para comer, también nosotros. Pero ese ejercicio de matar y divertirse matando es exclusivo nuestro, humano. 

Los cazadores, los que tienen esa afición, se reúnen en sociedades, llamadas venatorias, que tienen sus normas de comportamiento. Aceptan nuevos socios, supongo que otorgan permisos, editan revistas y determinan temporadas de veda para favorecer las épocas de cría de sus especies favoritas. Luego, se dedican a matar, convocan premios, pues es divertido para ellos.

Parque de Hornachuelos

Supongo que la caza mueve mucho dinero. El comercio de armas “legales”, los safaris por países permisivos, la venta de ropas adecuadas, la creación y mantenimiento de clubs de élite o las jornadas en cotos particulares, son actividades suyas y creo que todo eso debe mover mucho dinero entre personas de buenas situaciones económicas. En ocasiones en las que se habló de prohibir la caza, no faltaron personajes importantes de la sociedad que desbarataron tales empeños. No hablemos de cacerías en las que personas influyentes se encuentran para charlar y manejar negocios, escondidos alrededor de estos festejos. 

Decir que esta actividad, en su vertiente matadora, es similar a la selección natural, es de una arrogancia ignorante sólo asignable al patán acostumbrado a que nadie le contradiga cuanto dice y a dejar a todos callados con cualquier patochada que se le ocurra decir.

Venado joven, pieza apetecible

La selección natural no mata a nadie. Aquí mismo, he escrito mucho sobre su actuación, pero nunca dije que matase a ningún ser. En todo caso, eso sí, he dicho que deja desprotegidos a los menos adaptados, que debido a eso, mueren y sirven de alimento a sus predadores. Es la supervivencia del mejor adaptado, nunca la supervivencia del más fuerte, frase errónea y exaltadora del matón, que algunos quieren poner en boca de Darwin.

Los predadores, al perseguir a sus posibles presas, son factores de la selección natural, cazando a los menos corredores, a los poseedores de coloraciones menos favorecedoras para camuflarse y, en general, a los que manifiestan poseer cualidades en grados no compatibles con la vida en la naturaleza, donde es preciso defenderse constantemente de los peligros presentados por los predadores.

Trofeo de caza

En estas circunstancias, cuando durante las fases juveniles ocurre esta lucha frente al ambiente adverso, sólo alcanzan el estado adulto, que es el reproductor, aquellos individuos que sortearon con éxito todos esos inconvenientes de la vida salvaje. Supongamos que ha sido gracias a poseer características hereditarias que los han hecho de ese modo. Alcanzado este estado reproductor, los individuos se reproducen y transmiten sus genes a la descendencia, esos mismos que han contribuido a dotarlos de ese buen nivel de adaptación. Tampoco es preciso ser muy sagaz, para comprender que los animales más hermosos, los mejores corredores, los de mejor planta y coloración, serán los favorecidos.

Otro trofeo 

En la caza, esa actividad exclusivamente humana cuando se mata por placer, el cazador busca y mata precisamente al ejemplar más hermoso, al que, en circunstancias normales, sería el favorecido como progenitor de la generación siguiente. De nada valen consideraciones biológicas de ningún tipo.

En una ocasión, me encontraba con familiares en la sede social del parque de Hornachuelos, que abarca parte de las provincias de Córdoba y Sevilla. El paraje era hermoso, con una flora que me recordaba mucho a la estudiada por mí en Barcelona, con lentiscos, adelfas y demás especies de bosque mediterráneo que me llevaban a épocas de estudiante, ya pasadas.

En el comedor de esta sede, un gran ventanal dejaba pasar un chorro de luz que llenaba todo, pero las paredes de obra estaban repletas de trofeos de caza, consistentes en su mayor parte en cuernos de venado joven.

Pregunté a un primo mío, cazador, si aquella matanza de formas juveniles no afectaba a las poblaciones de venados. Me dijo que no, pues el parque carece de grandes carnívoros, como lobos, y en esta circunstancia es el hombre el que actúa supliéndolo.

Como mi primo es buena gente, no quería que permaneciese en el error. Hemos hablado mucho sobre el tema. No creo haberlo convencido, pero al menos sabe que existe otra explicación, mas científica, creíble y verdadera.

Esto de la caza es algo que muchos parecen llevar en su instinto, y lo veo difícil de erradicar. Proteger algunas especies sólo hace que sea más codiciada su captura. Y así nos va, que en época de veda se dispone de lo que apetezca.



viernes, 13 de octubre de 2017

Rueda de molino

Estamos en una época en la que algunos iluminados nos quieren hacer comulgar con ruedas de molino. Las mentiras (las ruedas de molino) son evidentes, pero un público entregado está dispuesto a tragar todo cuanto se le diga y actuar en consecuencia. 


Me uno a esa moda, ojalá sea pasajera, y publico esta entrada, que podría ser considerada como una rueda más, si no advirtiese de su rotunda falsedad. Un cuento creo que coherente, desarrollado con una cierta rotundidad que puede confundir a más de uno. 

Pero, repito, todo es falso. Salvo la letra del fandango y el concepto de mutación supresora y sus clases, todo lo demás es invención mía. Y puesto que aviso, que nadie se sienta ofendido.

CABALLO LASTIMERO
Existe una raza especial de caballos árabes que tiene fama mundial. Hablo del caballo cartujano. Es una línea derivada del caballo andaluz y su nombre proviene de una Cartuja situada en Jerez de la Frontera, donde se sitúa su origen. La historia de esta raza es una de las más dilatadas del mundo. Se suele criar en libertad, generando una vasta cultura. En este plan, no es rara la suelta de múltiples ejemplares en las marismas del Guadalquivir, concretamente por zonas del Coto de Doñana. Es fácil ver por aquellas zonas a estos caballos chapoteando en el agua, o simplemente paciendo con el agua hasta sus rodillas.

Cuando llega la época de celo, que suele ocurrir por la primavera temprana, es posible escuchar sus relinchos, traídos por los aires d el Coto. De hecho, hay un fandango que nos dice que

Caballo que a los tres años,
Ve una yegua y no relincha.

Son relinchos alegres, largos, sonoros y repetidos. El fandango en cuestión nos hace ver hasta qué punto se han hecho conocidos, en el ambiente marismeño de Doñana, los alegres relinchos de estos caballos, cuando se trata de lucirse ante las hembras para que acudan a su reclamo.

Fina estampa

Pero… Siempre hay un pero, o muchas veces lo hay. Existe una mutación que modifica el sonido alegre del relincho, transformándolo en algo triste, gutural, como un ronquido. A los caballos que tienen esta característica los ganaderos los conocen como “lastimeros”. 

Aunque no son estériles, los caballos lastimeros no se reproducen. Y no es por ningún defecto en su anatomía, más bien porque con el sol calentando el ambiente, la luz que llena el ambiente, alegrándolo, ¿qué yegua se va a dejar seducir por un caballo que, por más que mueva las crines al viento, las llama con un sonido que evoca un quejido lastimero? Ninguna, claro. Este es un ejemplo muy evidente de lo que es una fuerte selección en contra de un carácter. Carácter que, no hace falta decirlo, está transmitido por un gen recesivo. Gracias a esta recesividad se mantiene a lo largo de las generaciones oculto en heterocigosis. El caballo lastimero, necesariamente homocigoto recesivo, no tiene hijos, no transmitiendo por tanto el gen de este carácter a la siguiente generación. Por eso digo que la selección ejerce sobre él un efecto completamente negativo. El gen se mantiene presente en la población a través de los heterocigotos, en los cuales parece que la selección no detecta la presencia del alelo recesivo.

Alegría contagiosa

Hay una peculiaridad genética de la que a veces nos olvidamos, y es el hecho de la mutación supresora. Consiste en que el efecto de una mutación puede quedar suprimido por el efecto de otra cuando aparecen simultáneamente. Hay casos muy interesantes de este tipo de mutación. Cada una de ellas, tanto la suprimida como la supresora, determinan aspectos concretos, pero cuando están juntas, los efectos de ambas se contrarrestan, produciendo un aspecto completamente normal.

Existen diversos tipos de mutación supresora, según el lugar en que se encuentren. Está la intragénica, que es el tipo de supresión que ocurre cuando ambas mutaciones están situadas en el mismo gen. La intergénica se produce cuando ambas mutaciones coexisten en el mismo individuo, pero en diferentes genes. Y la interindividual, que consiste en que dos mutaciones presentes en individuos diferentes, pueden suprimirse entre ellas, originando individuos con comportamientos casi normales.

A veces, triste

En el caso de las razas con caballos lastimeros, existe una mutación influida por el sexo, que fundamentalmente aparece en hembras, y consiste en un tipo espacial de sordera. Determina la aparición de hembras sordas.

Las hembras sordas sólo ven a los caballos moviendo sus crines, pero no oyen sus quejidos. Ante esos movimientos alegres de los machos, acuden confiadas al apareamientos. Mediante cruzamientos sagazmente orientados, se puede llegar a obtener caballos sordos lastimeros. 

Un final casi desaparecido.

Hoy a nadie interesa esta raza, estando casi en trance de desaparecer. Pero hubo un tiempo en el que fue muy preciada. Se utilizaron como tiro de carrozas fúnebres. Si acaso había mucho tumulto en el entierro, los caballos no se alterarán gracias a su sordera. Y si acaso quisieran relinchar, siempre lo hacían con su quejido lastimero, pareciendo que, de ese modo, se sumaban al dolor del momento.