El SALVADOR |
A veces, cuando nos encontramos ante una escultura no figurativa, se nos ocurre pensar que qué habrá querido decir su autor con ella. En el Museo Provincial de Lugo, al pie de la escalinata que da acceso al primer piso, hay una obra figurativa que, sin embargo, también me suscita grandes interrogantes y voy a comentarla.
La obra procede de Muxa, una aldea situada en zona periurbana lucense, y fue regalada al Museo Provincial de Lugo por un vecino, que la tenía en un desván de su casa. Su origen es incierto. Se quiso representar un Salvador sentado, en postura previa a juzgar. Pero cuando se esculpe ya no es la época del románico, era finales del Siglo XII. Los tiempos del gótico llegaban, aunque de modo rudimentario y se notan sus aires, toscos también. Tal vez no se disponía de una piedra de mayor tamaño (88cm de altura), y hubo que ceñirse a sus escuetas dimensiones. Pero salió una obra bonita. De todos modos, no sé si la pieza fue esculpida por una sola persona o si intervinieron más en su ejecución. Para mí, es la obra más extraña del Museo.
PLIEGUES DEL MANTO Y LATERAL DEL TRONO |
Parece que el Cristo está a punto de juzgar, pues lo vemos representado como juez. Sentado, esgrime en su mano izquierda un libro con sellos para ir abriendo según lo pautado en el Apocalipsis. Pero a diferencia del Pantocrátor del Pórtico Norte de la catedral lucense, cuyo libro presenta los siete sellos apocalípticos, éste, el de Muxa, sólo tiene uno. Tal vez nadie dijo al escultor que debían ser siete y, cuando alguien se dio cuenta de lo hecho, ya no tenía arreglo. Eso lo digo yo ahora, también puede ser que nadie reparara en el detalle.
Por otra parte, el Salvador es completamente asimétrico en las dimensiones de sus brazos. El izquierdo, el que sostiene el libro, es un brazo corto. Aunque el derecho está roto, pues le falta una mano con la que posiblemente esbozase el gesto de bendecir, debió ser un brazo muy largo. Curioso esto de que ambos brazos sean diferentes en su longitud.
Quien esculpió la figura no tuvo mucha suerte al repartir y asignar proporciones y volúmenes. O tal vez sí. Si miramos al Salvador con los criterios de la época en que fue esculpido, siglo, XII, la verdad es que se quedó muy desproporcionado. Los brazos asimétricos, los muslos grandes, las piernas casi esbozadas, todo parece un contrasentido si se tiene en cuenta que se quiso representar una figura sagrada.
Sin embargo, si lo miramos con criterios del siglo XXI, pero con ojos de gente nacida en el XX, el siglo de Picasso, Miró, Chillida, y nuestros Díaz-Pardo o Paco Pestana, esta figura no nos desconcierta en absoluto. Al menos, a mi me gusta mucho y no hay nada en ella que repugne a mi gusto estético.
Podría interpretar estos desajustes de tamaños de dos modos, y los dos me gustan. Por una parte, la falta de proporciones anatómicas en el cuerpo del Salvador, tal vez sean debidas a que el escultor realizó una obra que estaría colocada sobre algo alto y, por tanto, se contemplaría desde un plano inferior. Las irregularidades en las proporciones podrían estar causadas a que quiso corregir los desajustes de perspectiva en la visión de los devotos, como siglos más tarde haría Mantegna con su Cristo muerto, o como procedió nuestro marmolista D.Severo Lois, con las esculturas funerarias que esculpió para el cementerio de S.Froilán, de Lugo. Esta explicación, posible, sólo me resulta extraña porque habría que admitir un escultor adelantado en el tiempo y en los modos de creación, y esta manera de actuar se contradice con la rusticidad de su obra.
COLUMNAS DEL RESPALDO |
Pero también podemos recordar a los primeros impresionistas franceses. Aquí traigo mi segunda interpretación de los fallos en las proporciones. Pienso que es posible que el escultor representase al Salvador como él lo quería ver. O como él quisiese que fuera. Una mano, la de juzgar, corta, la que tiene el libro que servirá de guía en el juicio. Otra mano, la benevolente, la que bendice y perdona, larga. Aquella que por su longitud se ha roto y no ha llegado a nosotros.
El Salvador, sea asimétrico por los motivos que sean, está sentado sobre una pequeña silla con bonitos laterales y un respaldo que, otra vez, resulta extraño. Tiene como dos torres, una de las cuales podría representar un obelisco con ventanas o perforaciones y la otra recuerda las columnas salomónicas. Las dos están rotas no pudiendo, por tanto, deducir su altura.
Ante toda esta intriga escultórica, el maestro esculpió un rostro hermoso, sereno, que recuerda otros de la misma época. Concretamente, el del Pantocrátor del Pórtico Norte de la catedral de Lugo podría haber salido de las mismas manos. Peinado con raya al medio, tiene un rostro muy expresivo con grandes ojos almendrados y una barba recortada, aspecto de limpia, como algo más tarde tendrán las figuras del Pórtico de la Gloria y muchas más figuras masculinas en el arte, hasta llegar a nuestras calles de hoy. Si reparamos en la tosquedad de la mano izquierda y la finura de este rostro, podríamos pensar que fueron dos escultores los que dieron forma a esta pieza. Quién sabe.
Por otra parte, debo admitir que el escultor se recreó en su trabajo, como nos lo muestran las hojas esculpidas en los bordes del código. No me encaja todo esto, por eso digo que me resulta una figura extraña. Un
Por otra parte, debo admitir que el escultor se recreó en su trabajo, como nos lo muestran las hojas esculpidas en los bordes del código. No me encaja todo esto, por eso digo que me resulta una figura extraña. Un
ROSTRO DEL SALVADOR |
Por eso recomiendo verla, contemplarla, recrearse ante ella, como hago yo siempre que visito el Museo Provincial de Lugo.
Las fotos utilizadas en esta entrada proceden del fondo fotográfico del Museo Provincial de Lugo.