MURALLA DE LUGO. ACCESO DEL CAMINO DE SANTIAGO AL RECINTO HISTÓRICO |
Muchas veces nos movemos, y nos moveremos, como continuadores de la tradición del tour, el viaje nacido en el siglo XIX con el fin de ver lugares hermosos y cargados de historia. Supongo que es a ese tipo de actividad al que se refieren algunos cuando dicen que les gusta viajar. A mi, también. Pero con condiciones, claro. Mi plan siempre fue el mismo, más o menos. Enterarme acerca de lo que iba a visitar. Visitarlo, recrearme en todo cuanto veía y hacer las fotos que me parecieran convenientes para recordar.
En general sigo con el mismo plan, si bien me gusta repetir lugares a los que ir, como he comentado en más de una ocasión, y a veces prescindo de la cámara de fotos, lo cual es una bobada, ya que la del móvil suple con creces la ausencia de la, digamos, normal.
PEREGRINOS EN EL PÓRTICO DE LA GLORIA |
Para muchos, llevar cámara es casi una obligación. Me gusta pasear por mis ciudades habituales, Lugo, Compostela, Sevilla o Córdoba sin ella. En todo caso, si aparece una situación inesperada, recurro a la del móvil, pero creo que estamos cayendo en una fase en la que los devotos del tour, los turistas, hacemos más fotos, muchas más fotos, de las que sería preciso hacer. A veces quedo perplejo y sin saber qué decir al recibir una foto del postre que alguien se va a tomar a quinientos kilómetros de distancia de mí. O de las florecillas que había junto a una reja, o… de mil cosas insustanciales.
En este verano que se nos va, estaba yo con una amiga en la cocina del Museo Provincial de Lugo, (hermosa, rica e interesante por sus piezas), cuando llegó un hombre. Expedito, sin entrar en la sala, lanzó unos cuantos disparos desde su puerta y marchó con la cámara a otra parte. Ni siquiera se dignó entrar a la sala.
Hay otros que llegan como visitando un santuario. Pienso en personas asiáticas, que nos visitan con una unción propia de estar cumpliendo un ritual religioso. En silencio, con respeto, pasan a nuestro lado como pidiendo perdón por meterse en nuestros lugares simbólicos y haciendo los retratos que les servirán de recuerdo.
JUNTO A DAVID, DE VALOR INCALCULABLE |
Sabemos que para muchos visitantes, estos viajes que hacen les resultan caros, pero su formación cultural les hace ver que esos costes les compensan en beneficios de otra índole. Eso, a ellos y a todos los que iniciamos un viaje en este plan. No todos los gastos han de ser analizados con criterios de plus valías y hace tiempo que sabemos de la utilidad de lo inútil. (Utilizo este adjetivo, pues para alguien es inutilidad total viajar a Madrid a ver las Meninas, por ejemplo).
Estaba yo en Berlín y me sentía conciudadano de Nefertiti o del altar de Pérgamo. Por no decir el montón de evocaciones que trae el estar en París, Florencia o cualquier otro lugar. Disfrutaba del lujo de saberme vecino de esas ciudades. Me gusta ver gente que disfruta de vivir donde vive. Tenía yo treinta años y estaba en Pigalle con un amigo. Eran los primeros días de agosto y la plaza hervía de bullicio. Un titiritero haciendo magia con antorchas ardiendo. Hice una cosa que puede parece absurda. Le pregunté a una anciana por la Place Pigalle. Ella sonrió, me cogió del antebrazo y con la mano libre fue señalando lentamente las casas todas, sus fachadas y sus buhardillas, la gente, el bullicio.. Una vez que me hizo ver todo eso, me miró a los ojos y me dijo
- Cette, garçon, cette, c’est la Place Pigalle…
En pocas ocasiones he visto tanto orgullo como el suyo al describir lo propio, al presentar lo de uno mismo ante extraños que quieren verlo.
EL MAESTRO MATEO NO LO ESCULPIÓ CHATO |
A veces me gustaría sentir ese orgullo al presentar lo mío. Frente al ajetreo de los viajes de entonces, prefiero la calma con la que viajo hoy. Por otra parte, gozo del lujo cultural de saberme convecino de monumentos que son Patrimonio de la Humanidad declarados por la UNESCO como tales. No tengo prisa por fotografiar nada cuando me muevo por mi entorno cotidiano. Todo está fotografiado y a buen recaudo. Me gusta ver al Pórtico de la Gloria, o a la Giralda, como convecinos a quienes, incluso, no hay que mirar en esta ocasión, pues sabemos dónde están y que continuarán durante tiempo y tiempo.
Es como la relación que mantenemos con los vecinos de escalera, que no nos vemos pero sabemos dónde estamos. Las últimas veces en que visité la catedral de Lugo fue para enseñársela a amigos. Con ellos volví a ver el paso del románico al gótico, vi las naves cerradas para poder ampliar, vi los remiendos que se hicieron para paliar los desastres provocados por el terremoto de Lisboa. Por eso les agradecí que hubiesen venido, por haberme dado ocasión de repetir unas visitas que, de no ser por ellos, yo no hubiese realizado. Sabía dónde estaban.
Todo eso lo tengo ahí al lado, y los miro con la alegría de saberme convecino suyo y pasando a su lado casi sin darles importancia, como si tal cosa. Pasando a su lado, sí. Pero a veces expuestos a posibles agresiones por parte de incultos. Hay quienes prefieren que los originales se vayan a museos y en su lugar se pongan buenas copias, y quienes los prefieren en aquellos lugares para los que fueron hechos. De esas piezas tenemos un montón y, la verdad, no se qué decir. En la Puerta Santa, hay relieves de 24 ancianos realizados por el Maestro Mateo. Los que están al alcance de vándalos han sufrido sus ataques, como dejarlos chatos o decapitarlos. Hay otras obras que no han sufrido ataques, y no voy a citar sus nombres para no dar pistas, pero es un debate que algún día habrá que abordar serenamente.
Y es tan bonito tenerlos cerca, al alcance de la mano…