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lunes, 18 de diciembre de 2017

Cumpleaños (5) El recelo a los transgénicos.

El debate sigue abierto teñido por una profunda desconfianza y un deseo de pasar desapercibido. Como si la ocultación fuese remedio al problema, que sigue pendiente de respuesta.


El recelo a los transgénicos

Desde siempre, nuestra cultura receló
de los seres monstruosos, aquellos cuyos cuerpos eran mezclas definidas de los de otros, bien definidos. Las esfinges, las quimeras, las gorgonas o las sirenas eran seres que, en la mitología griega, jugaron continuamente papeles malvados: mentirosos, criminales, vengativos o traicioneros. Siempre estuvieron del lado de la falsedad y la traición.


En nuestros billetes hay algodón transgénico

Con estos planteamientos previos, no es raro que hoy, y de manera inconsciente, exista un manifiesto rechazo a los seres surgidos como consecuencia de mezclas de caracteres de otros, previos, que pudieron no ser malos ni perniciosos: la maldad intrínseca radicaba en la misma mezcla.

Recordemos que las sirenas, con la mitad inferior del cuerpo en forma de pez y la superior como una mujer hermosa, habitaban arrecifes y lugares marinos peligrosos y, mediante sus cantos, atraían a los marineros para que acercasen a ellas sus embarcaciones, haciéndolas naufragar. La esfinge, con cabeza y pechos de mujer, cuerpo de león y alas, mataba a los que no podían resolver un enigma que les proponía, cuya solución acertó Edipo. Quimera era una cabeza de cabra implantada en un cuerpo de león y con cola de serpiente. Despedía fuego por la boca. No es preciso seguir con este desagradable catálogo.





Durante la Edad Media se siguió creyendo en seres monstruosos (niños con cabeza de perro o de ave, nacidos de relaciones ilícitas entre mujeres y otros seres, animales o el mismo demonio). En tales casos, los monstruos, al igual que sus madres, eran condenados a muerte. Recientemente, y ya con medios actuales de creación y transmisión de mitos, Frankenstein representa, una vez más en la historia de nuestra cultura, ese ser fallido cruel y pernicioso que está hecho, no obstante, de partes buenas de seres previamente existentes, también buenos de por sí.




Vemos que en todos estos casos, los seres que contribuyen a formar el monstruo son buenos. Lo intrínsecamente malo es el monstruo mismo. Aparece entonces un comportamiento anormal y dañino por parte del ser anormal, que solamente se podrá resolver destruyéndolo.



A veces, los temas culturales son recurrentes. Van apareciendo a lo largo del tiempo, siempre con visos de novedad. Ahora estamos en un momento en que los mercados se van llenando de nuevos seres, consistentes en individuos de especies bien definidas a los que se han introducido genes de especies afines para mejorarlos de acuerdo con criterios preestablecidos y hacerlos, de este modo, más rentables en términos de economía o de utilidad para el hombre. Estos seres, por ser producidos luego de un paso de genes desde un ser donante a otro receptor, se denominan genéricamente "transgénicos" y es sobradamente conocida la polémica que han originado.

Ha surgido el recelo nuevamente. Parecía desaparecido, pero sólo estaba dormido en nuestro subconsciente colectivo. Bastó que apareciesen los transgénicos para que, sin saber siquiera que por nuestra parte era atávico su rechazo, muchos se echasen a la calle protestando contra ellos y sembrando entre muchos esa total desconfianza que genera lo desconocido.

Dicen los enemigos de los transgénicos que, al comerlos, comemos genes de otras especies. Pero siempre ha sido así: ingerimos partes de seres que nos sirven de alimento, sean animales o vegetales. Cuando ingerimos esos alimentos, tomamos también sus genes. Luego, en la digestión, estos genes ajenos se descomponen en sus unidades bioquímicas elementales (nucleótidos) y, como tales, son absorbidos a nuestro medio interno donde comienzan un proceso de integración en nuestra propia bioquímica. Le llamamos digestión, mediante la cual los componentes moleculares presentes en los alimentos pasarán a ser componentes moleculares de quien los ha ingerido. No tiene sentido habar de “comerse genes”.

De todas formas, dentro del recelo a los transgénicos, encuentro que existen lagunas, serias lagunas de información, en espera de respuesta. En primer lugar, un individuo transgénico cualquiera, con un metabolismo perfectamente ajustado, se encuentra con genes nuevos que determinan procesos bioquímicos nuevos en él. Debemos pensar que su metabolismo se enriquece con la presencia activa de estos genes, (para eso se ha manipulado genéticamente). Pero, ¿qué ocurre con los productos de desecho generados a partir de esa novedad metabólica? Porque ésta es una cuestión importante para nosotros y cuya respuesta aún no está claramente definida.

En el metabolismo celular, es muy importante el destino de los productos de desecho originados del correcto funcionamiento bioquímico. Normalmente, ese destino es la excreción que en animales termina en forma de orina o de sudor. No obstante, hay ocasiones en que esos productos pueden ser depositados en órganos concretos, como pueden ser los cuerpos grasos de insectos. En vegetales, los productos destinados a la excreción suelen ser depositados o bien en órganos especiales de almacenamiento (vacuolas), o bien en las paredes celulares. En ambos casos, los productos de desecho, que pueden ser tóxicos, permanecen en las mismas células, aunque de manera inocua para ellas.

Creo que no se han realizado los estudios necesarios que garanticen, para cada caso concreto, la ausencia de productos tóxicos de desecho en los transgénicos. Pues, por cuanto he dicho, la manipulación genética ha podido producir un organismo nuevo, intrínsecamente mejor que aquel del que básicamente procede, pero que puede almacenar substancias tóxicas aparecidas como consecuencia de las alteraciones metabólicas que se han generado en él. Estas substancias, perfectamente aisladas y, por tanto, inocuas para el mismo transgénico que las ha generado, pueden ser perjudiciales para cualquiera que lo utilice como fuente alimenticia.

Hasta que no aparezcan esos análisis, realizados por entidades de contrastada honorabilidad en sus procedimientos, seguirá presente el recelo contra esa versión actualizada de los antiguos monstruos. No sé si muchos de los productos actualmente en el mercado constan de los necesarios avales sanitarios que tranquilicen a sus consumidores.

viernes, 10 de noviembre de 2017

Las preguntas en el desarrollo científico

La ciencia avanza con velocidades diferentes según las épocas o las áreas de conocimiento de que se trate. En la medida en que la ciencia pretende dar respuestas a interrogantes planteados en relación al entorno, el avance dependerá del hallazgo de tales respuestas. Pero, para que la ciencia progrese, conviene que las preguntas sean pertinentes y que estén formuladas desde una óptica científica correcta, pues preguntas erradas solamente producirán respuestas también erradas.


En la historia de la ciencia existen momentos importantes, que son aquellos en los que las preguntas se formulan con el rigor adecuado. Normalmente, los hechos que van a desencadenar el proceso científico están ante nosotros, pero solamente unos pocos, de mentes avisadas, son capaces de reparar en lo desacostumbrado de ellos y considerar estimulante dedicarse a su estudio para, después, poderlos explicar. Con las preguntas que plantean, son esos mismos hechos los que desencadenan la búsqueda de las respuestas que hacen avanzar a la ciencia. Hay veces en que esas respuestas aparecen después de formuladas las preguntas. En otras ocasiones, han de pasar cientos de años antes de ser encontradas. Tal fue el caso que voy a comentar ahora.


SABIOS BUSCANDO RESPUESTAS


Conviene irnos a la época en que ocurrieron los hechos que comento, los siglos XIV e XV. Era cuando el poder de los señores feudales comenzaba a sufrir limitaciones, surgiendo los burgos como manifestación de la nueva estructura social. El estilo románico había dado paso al gótico y Europa renacía después de una epidemia de peste que había diezmado la población. En las personas de este tiempo aparecieron hondas dudas en relación a Dios, por haber permitido dicha epidemia (estas dudas, con el tiempo, tomarían cuerpo en el protestantismo).



OTROS ESTILOS ARTÍSTICOS


En medio de esta transformación social, no faltaron nuevos conceptos con los que enjuiciar a las personas y sus comportamientos, como podemos notar al fijarnos en los epítetos dados a los reyes: "El Bueno", "El Sabio", "El Magnánimo", "El Ceremonioso" y otros semejantes, muy diferentes a los aplicados en los siglos anteriores: "El Fuerte", "El Bravo" o incluso "El Velloso".


ARMADO, BIEN ARMADO


Otro tanto podemos detectar en la escultura funeraria, como es posible comprobar en una visita que hagamos a la iglesia de San Francisco, en Betanzos. En ella, junto al sepulcro de Fernán Pérez de Andrade, "O bóo", Conde de Andrade, ataviado con una armadura recia y poderosa, vemos en sepulcros de tiempos más recientes cómo están representadas personas con ropas elegantes, más propias de una vida palaciega y cortesana. El culmen de nuestra escultura funeraria de este tiempo, está en Sigüenza, donde un hombre en la flor de la vida, conocido como el Doncel de Sigüenza, está representado en actitud de reposo, leyendo un libro, lejos de los campos de batalla.


EL DONCEL DE SIGÜENZA


También a través de la pintura podemos ver cómo cambia el vestuario, usando colores nuevos y otros tipos de ropas que confieren a sus portadores mayor esbeltez y elegancia. En los frescos de Piero della Francesca, por citar un caso, es posible comprobar esto, pero también en otros pintores contemporáneos suyos. 


Gracias a los viajes de Marco Polo a China, se abrieron nuevas rutas y aparecieron nuevas mercancías para el comercio. En ferias y mercados se ofrecían sedas, especias y otros productos exóticos que, por sí mismos, pronto serían signos de singularidad para quienes los usasen. Por todas partes tomaba cuerpo otro concepto sobre la calidad de vida en el que la belleza, no iba a ser menos, era definida de acuerdo con el ideario del momento histórico.


En toda esta compleja transformación de pensamiento y de criterios que se estaba produciendo, no eran pocas las tareas que era conveniente realizar para adecuarse a las novedades. Una de ellas, y no menor, consistía en encontrar medicinas apropiadas para enfermedades que eran históricas en Europa. Tal era el caso de la viruela. Se sabe que fue traída a Europa por los árabes, andando el siglo VI, y desde entonces fue endémica en el continente hasta finales del siglo XIX. Enfermedad muy extendida, comportaba una elevada mortalidad. En caso de que los enfermos sanasen, dejaba profundas cicatrices perfectamente visibles e incompatibles con cualquier concepto de belleza.


EL MARQUÉS
La mayoría de la gente consideraba a las enfermedades como un fantasma, por todo cuanto traían con ellas de dolor, fealdad y, muchas veces, muerte. Supongo que la gente de esos siglos en que tanto se veneraba la belleza, estaba envidiosa de quien mostrase tener salud o, incluso, estar defendida (hoy diríamos inmunizada) de padecer enfermedades concretas. Tal vez esto fuese lo que le pasó al Marqués de Santillana (1398-1458) antes de escribir:



Moza tan fermosa

non vi en la frontera,
como la vaquera
de la Finojosa ...

Por lo que sé, el Marqués era un noble muy de su tiempo, cortesano y acostumbrado a las comodidades que puede proporcionar cierto estilo de vida. Puede que, sin decirlo, también tuviese miedo de la viruela y otras enfermedades propias da época. Quiero pensar que la hermosura que tanto asombrara al Marqués no era otra cosa más que la ausencia de rastros de viruela en la moza vaquera que, por lo tanto, manifestaría un rostro terso, hermoso y con el color propio de la gente joven que trabaja en la montaña. En aquel tiempo, la capacidad de resistencia al mal sería un bien inestimable atribuido al uso de hechizos y ensalmos apropiados. Por eso, se creía que su posesión era más asequible a personas con un cierto tipo de poder que no poseía la gente común.

SIN SABERLO, SE INMUNIZA

Siempre me extrañó el hecho de que el Marqués no creyese que la moza fuese vaquera, puede que por considerarlo un trabajo inapropiado para una muchacha tan hermosa. Como si, para él, una cosa estuviese reñida con otra.

La vi tan graciosa,
que apenas creyera
que fuese vaquera
de la Finojosa.

Nunca creería el marqués que el trabajo de la moza era la causa de que no padeciese la viruela, pero es posible que el el lugar, (hoy, Hinojosa del Duque), escuchase más de un comentario referente a la ausencia de viruela en quienes realizaban tales trabajos.

Nada se sabía acerca de la causa de tal relación. Deberían pasar muchos años antes de que se encontrase. Tal vez, al Marqués le costaba dar crédito a los comentarios de los pueblerinos y no deja de ser curioso que por mucho que se lo diga la moza, el poeta cortesano no salga de su empeño:

Juro por Santana
que no sois villana.

El Marqués se asombra de la belleza de la vaquera, pero no es el único que en aquel tiempo constata la bondad de la vida campesina. Pensando de modo semejante, pero distanciados de nuestro Marqués por miles de Kilómetros, y también por huir de una epidemia de peste, unos adolescentes de Florencia marcharon al campo en busca de refugio, en la espera de que pasase la epidemia. Bocaccio nos cuenta cómo pasaron esos días de reclusión contando cuentos, que recogió en su Decamerón. No son pocas las alusiones literarias que prueban cuanto digo y no voy a citarlas, pues no vienen al caso. Lógicamente, en la vida campestre las personas estaban más protegidas de enfermedades contagiosas de fácil difusión urbana, donde, por otra parte, escaseaban los medios antisépticos necesarios.



GENTE SANA, LOS VAQUEROS


El Marqués de Santillana deja planteada una pregunta que, posiblemente, estaba en la mente de muchos contemporáneos suyos: Cuál era la causa de que unas personas, con un trabajo concreto, no padeciesen una enfermedad también concreta. Hoy sabemos que esta relación tiene una base científicamente explicable. Gracias al poema, sabemos que en ese tiempo la pregunta, como primer proceso del avance científico, ya estaba planteada y bien planteada: Comprobada la resistencia de unos trabajadores a una enfermedad, mortal en la mayoría de las ocasiones, cuál era la causa de esa resistencia. Si estos trabajadores no tenían mayor acceso al uso de ensalmos y hechizos, la resistencia debía tener base natural.

Con la pregunta apropiada del Marqués ya estaba en marcha el progreso, si bien aún no estaba definido el camino para alcanzar la respuesta adecuada. Antes, deberían ocurrir muchas cosas, convenía incrementar conocimientos y descubrir técnicas. Pero el reto estaba lanzado: Algo poseían los vaqueros que los volvía inmunes a la viruela.




Fue Jenner, médico británico, quien, hacia finales del siglo XVIII, observó que en las ubres de las vacas aparecían pequeñas pústulas semejantes a las producidas por la viruela. También se dio cuenta de que las personas que andaban con esas vacas presentaban resistencia a la enfermedad y que, frecuentemente, tenían heridas en los dedos y en las uñas con pequeñas pústulas en ellas. Pensó si acaso habría alguna relación entre tales datos y la inmunidad que presentaban esas personas a la viruela. De modo temerario, en 1796 inoculó a un adolescente el exudado procedente de lesiones presentes en las vacas (vacuna). Hoy sabemos que, en realidad, lo que hizo Jenner fue provocar en el muchacho una enfermedad atenuada, pero suficiente para estimular la formación, en su sistema inmunológico, de anticuerpos que, en su caso, serían capaces de repeler la infección de los virus de la viruela si el chico fuese infectado por ellos. Encontrando un método para prevenir enfermedades contagiosas, había descubierto la vacuna. Pasteur profundizaría en su estudio y perfeccionamiento. 

Tenemos que agradecer a Jenner que la viruela dejase de ser una tremenda plaga mundial. En un tiempo, fue obligatorio vacunar a los niños contra ella pero luego, y gracias al mismo método aplicado a lo largo de muchos años, la enfermedad desapareció de manera espontánea. En el año 1979 la O.M.S. la declaró erradicada del mundo, dejando de ser obligatoria su vacuna. 

En relación a la viruela, vemos cómo en el siglo XIV ya estaba marcado el camino para encontrar su remedio, es decir, ya estaban formuladas las preguntas apropiadas. Con el tiempo, vendría la constatación de datos, la búsqueda de respuestas en un ambiente cultural y de conocimientos apropiado y, finalmente, se alcanzarían las respuestas. El proceso científico siempre sigue este camino, comenzando con la formulación correcta de preguntas para explicar hechos que resultan raros según los conocimientos de la época. Pero mientras no aparezcan formulaciones concretas de preguntas sabiamente planteadas, no será posible abrir los caminos adecuados en la obtención de sus respuestas. 













viernes, 3 de noviembre de 2017

Cuando un bosque se quema


Este artículo lo publiqué hace mucho tiempo en prensa local (unos cuarenta años). Más tarde, mi amigo Juan Blanco lo reprodujo en su blog “Fragmentos de Galaxia” con fecha 19,09,06. Lo traigo aquí porque lo sigo considerando de interés y dolorosa actualidad. Por desgracia para todos.









En la década de los sesenta, en nuestro país los incendios forestales comenzaron a ser plagas propias de las estaciones secas. Como hoy, los había de dos tipos según su origen: los espontáneos (los menos) y los provocados (los más). También fue en aquella época cuando apareció una oposición conceptual al régimen político de entonces. Cuando digo conceptual, quiero indicar que tal postura se generalizó entre intelectuales que mantenían una postura crítica relativa a la situación y todo lo relacionado con ella. Esta oposición tenía sus lugares culturales de encuentro, como podían ser cine-clubs, recitales de cantautores, libros de editoriales concretas y determinadas revistas españolas como "Triunfo". En este sentido, un humorista catalán, Perich, alcanzó bastante predicamento en estos medios por su manera de enjuiciar la realidad social.

En relación con los incendios provocados, recuerdo que no faltó quien los alabase por considerarlos como un frente más de la lucha política. Por su parte, el gobierno comenzó a alarmarse con su proliferación y puso en marcha campañas masivas de concienciación destinadas a contrarrestarlos, utilizando para ello los medios de comunicación social. Con este motivo nos hizo llegar un mensaje que muchos recuerdan: "Cuando un monte se quema, algo suyo se quema" en su campaña contra incendios del año 1962. Según mi opinión, el eslogan debería haber tenido mayor fortuna de la que cosechó, pero no fue así y no por la veracidad de su contenido, sino por el bajo nivel de conocimientos ecológicos por parte de aquellos a quienes iba dirigido. Las preocupaciones por los problemas medioambientales aún no habían cuajado entre el gran público. 



Para terminar de rematar el poco éxito de la campaña que comento, el bueno de Perich modificó el slogan publicitario para hacer con él un chiste que, sin duda, también recordarán los de edad similar a la mía: al mensaje en cuestión le añadió una coletilla, de forma que aparecía del siguiente modo: "Cuando un monte se quema, algo suyo se quema… (Señor conde)". Estoy seguro, completamente seguro, de que el bueno de Perich nunca pudo suponer lo desafortunado de la coletilla y de la trascendencia funesta que acarrearía al incidir en los escasos criterios ambientales de la población. 

El chiste de Perich se propagó como un reguero de pólvora, tanto por su actitud de rechazo a la política oficial como por el mensaje subliminal que venía a decir que la oposición era muy inteligente y perspicaz, siendo capaz de descubrir la mentira de los mensajes gubernamentales. Parecía como si se le dijese al Gobierno que, en aquel tema, se le había cogido en falta. Por parte de muchos españoles se le confirió total veracidad a la coletilla que comento sin cuestionar para nada el cambio de matiz que se introducía en el eslogan. Así, puesto que eran pocos los propietarios de bosques y el problema de los incendios era por completo cuestión suya, ya que "cuando un monte se quema, algo suyo se quema, señor conde", la conclusión a la que se llegaba sin mayor dificultad mental era que el señor conde arreglase el problema, que fuese él quien hiciese frente a los incendios y quien intentase erradicarlos, ya que había sido el propietario del bosque quemado y seguía siéndolo del terreno arrasado. Es decir, por obra del chiste de Perich, el incendio forestal no llegó a ser considerado como algo concerniente a todos, pasando a ser de la incumbencia exclusiva de los propietarios de los árboles quemados.


Con estos auspicios conceptuales, se inició una época en la que los incendios estuvieron rodeados de un total desinterés por parte de la mayoría de los ciudadanos españoles. Motivos de toda índole andaban detrás de la mano incendiaria, mientras la mayor parte de la población asistía indiferente a la catástrofe que se producía cada verano. En todo caso, se recordaba al "señor conde" al que se le quemaban árboles.


Se precisó el paso de muchos años para que los conocimientos ecológicos se extendiesen entre la población. Con el tiempo, comenzó a ser de dominio público el saber que un árbol produce unos beneficios inmediatos, como pueden ser sus frutos o su madera, de los que se aprovecha su propietario, pero que hay otros beneficios producidos, los ecológicos, que revierten directamente en el mantenimiento del ecosistema y de los cuales nos beneficiamos todos los seres vivos. Fue entonces cuando nos percatamos de lo cierto que había en aquel antiguo eslogan: que era verdad que cuando un monte se quema, algo nuestro se quema, pero desde entonces habían pasado muchos años, muchos veranos devastadores que han dejado nuestro paisaje extenuado. 

Ahora se vuelve a empezar y, teniendo en cuenta el nivel de conocimientos ecológicos de aquellos a quienes se dirige la campaña, se hace ver el interés que tiene para todos el mantenimiento del medio natural, que hay que defender a toda costa. En este tiempo añoro nuevos eslóganes, buenos por eficaces, que nos vengan a recordar que sí, que cuando un bosque se quema, algo nuestro se quema. 









lunes, 2 de enero de 2017

El olivo, regalo celestial.

Me gustan los mitos. Para mí, son el ejemplo de un intento sagaz de encontrar explicación a todo, a partir de los pocos conocimientos de los que se disponía en la época. Se echó manos de dioses, seres superiores con un poder también superior, para explicar todo cuanto requiriese de explicación. Porqué llueve, porqué hace viento, porqué los ciclos de estaciones y así hasta responder a la mayoría de dudas que se podía plantear la mente humana. Que eran las mismas de hoy, aunque ahora disponemos de mayor cantidad de recursos para responderlas.
Muchos de los mitos nos relatan actuaciones más o menos acertadas por parte de sus protagonistas, y servían a los niños de entonces como pautas educativas. Lo que se posía hacer y lo que no. En otros casos se nos presenta a los dioses con los mismos defectos que los humanos, pero con actuaciones que repercuten en la vida cotidiana. Hubo dioses envidiosos, perezosos, lascivos, etc. Pero el comportamiento de estos dioses tenía trascendencia en la vida cotidiana de los humanos.


ATENEA

Hoy, todas las localidades, sea cual sea su tamaño de población, poseen en el cielo a alguien que vela por el buen vivir de quienes lo habitan. Son los patronos y esto no es de ahora, ya en la Grecia clásica, y antes, existían valedores celestiales de las poblaciones. Eso ocurrió con quienes habitaban un lugar sin nombre, que querían tener patrono e hicieron algo así como un concuerdo celestial.


EL PARTENÓN, TEMPLO EN HONOR A ATENEA

Se presentaron dos candidatos, Un dios, Poseidón, y una diosa, Atenea. Poseidón era un dios extraño, nunca lo he llegado a comprender. Con frecuencia las cosas le salían mal, en otras ocasiones era falso, mentiroso. Ya digo, nunca lo he comprendido por su falta de coherencia. Al menos, si medimos su conducta conforme a nuestras reglas.
Atenea era diferente. Diosa de la sabiduría, era poseedora de las cualidades que le faltaban a Poseidón.


EL REGALO DE ATENEA

Para decidir sobre su patronazgo, los ciudadanos decidieron realizar un concurso entre los dos aspirantes. Para empezar les pidieron un regalo para la ciudad. Poseidón, como sabía de las carencias de agua que sufrían los ciudadanos, clavó su tridente en las rocas y de allí nació una fuente. Hasta ahí, todo bien, pero resultó que manaba agua salada, lo cual no requiere comentario alguno. Los atenienses protestaron, pues dijeron que el agua aquella estropearía sus cosechas, rechazaron el regalo y pidieron a Atenea algo que les resultase de mayor provecho. La diosa les regaló un olivo. En cuanto lo vieron, los ciudadanos comprendieron la grandeza del regalo, la aclamaron como diosa protectora, y pusieron su nombre a la ciudad, que todavía hoy se llama Atenas.


FRUTO DEL OLIVO

Con el tiempo, se erigió un templo en su honor, que sigue siendo el paradigma de la armonía arquitectónica: el Partenón.


UNO DE LOS BENEFICIOS DEL ACEITE


A través del aceite producido por su fruto, el olivo trajo a los atenienses, y a los humanos todos, varios beneficios, plenamente vigentes en la actualidad, como son:

- Es útil en la cocina, en la elaboración de alimentos, tanto crudos como cocidos.

- En beneficioso en medicina, sirviendo en tratamientos externos para aplicar sobre heridas de piel (quemaduras, roces, llagas y similares), así como para ingerir en purgas.
- Es el conservante natural de alimentos.
- Con su fuego se puede iluminar en la noche.
- También es un componente importante en la elaboración de jabones y otros productos higiénicos.
Como se le suponía portador de las virtudes de Atenea, y por extensión de los dioses, también el aceite de oliva fue símbolo , hasta época muy reciente, material del favor divino. De este modo, se utilizó en ceremonias de consagración de personas (reyes o dignidades) o cosas. También en este aspecto, es utilizado para ungir a los enfermos en el sacramento correspondiente. Es estos casos recibe el nombre de Santos Óleos, que son bendecidos en los oficios del Sábado Santo.















jueves, 11 de agosto de 2016

Estos incendios de hoy día

Los veranos tienen un aire recurrente en el que nos sentimos cómodos. Las hogueras de San Juan, los fuegos del Apóstol, las romerías de san Roque, las procesiones marinas del Carmen, el paso de peregrinos, las Perseidas con San Lorenzo. Siempre, los incendios forestales como telón de fondo. Con ellos no nos sentimos nada cómodos. Nunca nos acostumbraremos a ese fuego traidor que, siempre, nos genera la misma zozobra. ¿Hasta cuándo será así?
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Porque sabemos que aunque vendrán cada año, siempre querremos que éste en el que vivimos sea el último. Es un mal que se ha hecho endémico de nuestro paisaje y no es raro el día en el que no vemos una columna, o más, de humo que nos indica que sí, que allí, hay fuego. Luego nos dirán que si  fue provocado, que si las condiciones climatológicas, que si las culturales, que si tal y que si cual. Razones nunca faltan, pero no comprendemos ni compartimos.



Tampoco voy a decir que los que mandan quieran que haya fuegos, no es eso. Pero tampoco veo que hagan mucho para evitarlos. Porque los incendios se pueden evitar luchando contra sus causas antes de que ocurran, o bien intentando sofocarlos cuando ya han ocurrido. La verdad es que, en Galicia, veo pocas medidas preventivas de incendios. Tan pocas como ninguna. Tan sólo cuando aparecen los primeros fuegos, se espera a los segundos y entonces salen a las carreteras y caminos unos coches más propios de museos y talleres de desguaces intentando resolver y solucionar lo que ya no tiene solución.

Se clama por una ley de montes y por brigadas de mantenimiento del monte que actúen todo el año, pero eso parece que es mucho pedir en este país en que las austeridades están consagradas cuando se trata de inversiones con estos fines. Los técnicos hablan de medidas preventivas implantadas en otros países y que han sido eficaces, pero aquí nunca se hace nada de ese tipo.

Los montes están sucios, llenos de maleza seca y cualquiera que cruce Galicia por carretera lo puede comprobar. Por otra parte, el bosque autóctono pierde terreno frente al  pino y al eucalipto, especie ésta predilecta de cierto tipo de empresas. El eucalipto reseca el terreno, ya lo sabemos, pero actuamos como si no lo supiésemos.


Con la dispersión de población que tenemos en Galicia, a poco que ardan unas hectáreas, tendremos al fuego en las puertas de las casas. Es entonces cuando gente anónima, pero generosa y altruista, la misma que se echó a las vías del tren accidentado en la tarde del 24 de julio de 2013 para ayudar en lo que se pudiera cuando lo del Alvia en Angrois, esa misma gente, repito, no tiene reparo ni miedo alguno para acudir con cubos, mangueras domésticas, con lo que sea, para ayudar a los bomberos e intentar salvar también eso, lo que sea. 


Mientras, las autoridades a miles o centenares de kilómetros de distancia, hablaran de manos diabólicas y otras metáforas, pero se olvidarán de pasividades cómplices que no quisieron, o no supieron, cortar por lo sano cuando aún no habían llegado los tiempos de lamentarse. 

Estos tiempos que, justo, vivimos ahora.


Entrada de este blog relacionada:

sábado, 6 de agosto de 2016

Ese perro abandonado...

Estamos en tiempo de abandono de mascotas. Por miles de causas, o tal vez por una sola, lo que comenzó siendo un episodio feliz en el hogar, ha pasado a ser un molesto incordio. Hoy se abandona al perro sin pararse a pensar que, también, es un ser con sus propios sentimientos. Tal vez esa crueldad sea signo de un fracaso doméstico.
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La verdad, es que me molestan esas fotos de perritos abandonados, acompañadas de comentarios que me suenan a ñoños: “mi hijo”, “para comérselo”, “un angelito”… Y me molestan esas frases, porque un perro abandonado no es, creo yo, ni un hijo, ni está para comérselo ni es un angelito. Es eso, un perro cruelmente abandonado. Ni más, pero tampoco menos.



Para mi forma de pensar, representa una ilusión del cachorro, de un ser vivo, cruelmente truncada. Un proyecto roto de vida conjunta con una familia, porque “las cosas” no vinieron bien en su casa de acogida y, claro, si es preciso cambiar algo, se hace cortando por la parte más débil. Se abandona al perro y haya paz y después gloria. Es entonces (es ahora), cuando, previniendo ese desastre, aparecen campañas intentando que la gente no los abandone. Las fotos de las campañas son descorazonadoras, mostrándonos cachorros con dolor, sentimientos a flor de piel y con la desilusión por un mundo perdido, pero que llegaron a adivinar lleno de encanto y cariño. Sólo lo han podido vislumbrar, pues se les ha roto de la noche a la mañana.

Los textos de las campañas son acertados. Que no maltratemos a los animales, que el abandono es el maltrato más intenso y que, casi seguro, les lleva a una muerte lenta. El perro que llega a la calle procedente de un hogar, no está preparado para vivir en soledad, ni en el monte ni en la ciudad. No sabrá integrarse en una manada, será excluido de cualquiera de ellas y sucumbirá más o menos pronto. 

Hay que saber que el perro en una casa no es un objeto de consumo. No es un móvil de última generación ni un juego electrónico maravilloso. Tampoco es un adorno o un capricho hecho regalo. Un perro no es nada de eso, es un ser vivo y, como tal, capaz de sentir del mismo modo que sentimos nosotros. Por eso no se puede (no se debe) jugar con sus sentimientos. No sé hasta qué grado sienten otros animales también utilizados como mascotas, pero el perro siente hasta niveles insospechados. Un perro quiere, protege, ofrece lealtad y abnegación, acompaña y, con la misma intensidad, sufre cuando se ve menospreciado y, en el grado máximo, abandonado. 

Sí, el perro no es una cosa que sólo requiere un sitio en la casa. Precisa un cuidado diario, hay que proporcionarle cariño, comida, atención médica. Tiene que sentirse seguro y, de modo especial, saber que forma parte de la familia con la que vive. No sé si un niño, muchas veces su propietario en el ámbito familiar, es capaz de proporcionarle todo eso, pero con la ayuda de los mayores, claro que puede y el perro se sentirá feliz y transmitirá felicidad a su familia de acogida.

Creo que tener un perro es una buena escuela en la que desarrollar un montón de cualidades humanas. Estoy seguro que para muchos es una fuente inagotable de múltiples compensaciones afectivas. Pero también estoy convencido de que es preciso un buen acopio de cariño y de saber lo que se quiere cuando se está dispuesto a mantener un perro cerca de uno y, por tanto, se acoge en la propia casa. 

Tal vez por no haber previsto los cuidados que requiere su presencia en una vivienda, es posible que sus habitantes se cansen pronto de él, de la novedad que supone su presencia y su compañía en la casa. Incluso se arrepienten de haberlo acogido. A partir de ese momento, su cuidado pasa a ser una carga. Para que esto no ocurra, es preciso que todo esté muy hablado y previsto antes de dar el paso, siempre serio, de traer un ser vivo a casa. Llegado un punto de cansancio, alrededor del perro se puede generar un ambiente adverso. También el perro se dará cuenta que ya no hay tanto juego a su alrededor, ni tanto cariño. Lo nota, comprende que molesta. Hasta que llega un día en el que se le abandona. En todo ese proceso, que comenzó por no prever los problemas que podrían aparecer, es donde veo un asomo de fracaso familiar.

Las estadísticas hablan de mayor frecuencia de abandono en los meses posteriores a navidad, cuando el cachorrito fue un regalo bienvenido, pero atolondrado. Pasados unos días y con ellos la novedad, adquirió el rango de estorbo. También los meses de verano son proclives al abandono, cuando hay que ir de vacaciones, pero en muchos sitios no admiten mascotas. La solución al problema ni se discute: se abandona al perro cuando no se le quita la vida de cualquier forma. 

La verdad es que no entiendo esos niveles de profunda crueldad que mantenemos con muchos animales. En no pocas ocasiones los hemos matado simplemente por diversión, sin que por su parte exista otra causa a tanto dolor que eso, ser incapaces de defenderse. Por eso mismo, los perros abandonados me duelen mucho, porque se les ha defraudado en lo mejor que han podido darnos, su cariño y su lealtad. 

El abandono de perros no es algo de este tiempo. Muchos cazadores los matan al terminar la temporada de caza. También en las aldeas se abandonan perros, donde el espacio no es problema. Creo que detrás de esta actitud, maldita actitud, campea el sentirse dueños de la creación, aquel falso sentimiento de propiedad hacia todo el entorno, incluyendo a los seres vivos y, por tanto, no sentirse responsables de nada que les pueda acontecer. A veces, en no pocos casos, tal sentimiento de propiedad llega hasta matar a las mujeres. 

Cómo añoro un buen sistema educativo que haga ver a nuestros estudiantes, adultos dentro de poco, que compartimos espacio y propiedad con el resto de seres que nos rodean.

Yo no puedo tener perro, y me apena admitirlo. Se me van los ojos llenos de envidia cuando veo a alguien tranquilamente paseando con su mascota. Sé que entre ellos se han establecido múltiples corrientes afectivas recíprocas. He conocido amigos que mantenían una intensa relación con su perro, casi una camaradería, y siempre la admiré.

ESTE PERRO, CON SU HATILLO DE VAGABUNDO,
ME PARECE UNA BURLA CRUEL

DE LOS AUTÉNTICOS ABANDONADOS.

Me avergüenza reconocer que somos los primeros de la Unión Europea en abandono de perros. En esto, sí somos líderes.





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En memoria de Laura y Marina

miércoles, 13 de julio de 2016

Nombres en biología 1 Sauce llorón


Tal vez muchos crean que los nombres que les damos a los seres vivos son cosa de hoy, o algo puesto al tuntún. Indudablemente, hay denominaciones locales, como “zapatitos del Niño Jesús” o “Pendientes de la Reina”, sin mucha trascendencia geográfica. Pero incluso en esos casos los nombres tienen su razón de ser. En general, vienen de lejos y tienen una carga histórica y cultural que en algunos casos me resulta conocida. En próximas entradas intentaré explicar varios. Comienzo con el de un árbol conocido por todos.
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ELEGANTE, ¿VERDAD?
Para muchas personas, el nombre de este sauce hace referencia a sus ramas que, saliendo de lo alto de los troncos, caen hasta llegar incluso al mismo suelo. Esta creencia está muy extendida. Verdaderamente, el origen del calificativo “llorón” tiene su origen en su aspecto, pero su causa es muy diferente a la que comúnmente se cree. Para intentar conocerla, lo mejor será ir por partes. 

Este árbol tiene como nombre científico el de Salix babilonica, que le fue dado por Linneo en el siglo XVIII. Salix es el nombre del género y Linneo utilizó el nombre que ya los romanos habían dado a los sauces, tal como hizo en muchos otros casos. Lo de babilonica corresponde al nombre de la especie y, como en la mayoría de las ocasiones, el naturalista sueco reflejó en él alguna característica específica del ser en cuestión, como su uso cotidiano en antiguas culturas o, incluso, su origen geográfico. Lo que despierta curiosidad en este caso es tanto la causa de llamarle “babilonica” en la terminología científica como “llorón” en la vulgar.

Vayamos en primer lugar a considerar el calificativo de babilónica que se toma como nombre específico. El árbol procede de Asia, no estando muy claro que sea precisamente de Babilonia. Es una planta ornamental y, como tal, fue utilizada en primer lugar en Italia y después en toda Europa. Su introducción pudo haber tenido lugar o bien con ocasión del viaje de Marco Polo o bien de mano de los cruzados al volver de regreso a sus casas. Con independencia de cuál haya sido su vehículo de introducción, ya en frescos italianos del Renacimiento aparecen sauces llorones como árboles ornamentales en jardines palaciegos, nunca como árboles silvestres. Es muy posible que, al igual que más tarde ocurriría con la flora ornamental de los pazos gallegos, esta utilización en palacios italianos diera un tinte de distinción a estos árboles, detalle que propiciaría su posterior utilización en jardines públicos.

A VECES ENIGMÁTICO

Una vez considerado el nombre científico de la especie, babilónica, vamos a ver la posible explicación del calificativo popular que recibe, "llorón". También fue conocido como "sauce triste" pero este nombre nunca tuvo mucho arraigo (Parece que al principio, el mismo Linneo le llamó Salix tristis). 

Existe una leyenda explicativa del origen de este calificativo, "llorón", asignado a estos sauces, y para que la comprendamos conviene recordar algo de la llamada Historia Sagrada. En la Biblia, en el Libro de Daniel, se cuenta cómo Nabucodonosor, rey babilónico, invadió Israel, esclavizó a sus habitantes, y los llevó consigo a Babilonia, donde se les prohibió mostrar cualquier rastro de nostalgia de su patria. Se dice que durante este tiempo, al no poderse lamentar por su patria perdida, los judíos se escondían bajo las ramas de estos árboles para llorar, ocultos a su amparo. Desde fuera se oían quejidos y lamentos que parecían salir de los sauces, pereciendo que eran ellos los que lloraban y se lamentaban.

BUEN ESCONDITE PARA LLORAR 

Es éste, según la leyenda, el origen del calificativo de "llorón" y también el de "triste" que, de ser cierto, no tienen relación ninguna con el hecho de que le caigan las ramas. Mas bien este detalle fue el que amparó a quienes lloraban escondidos bajos ellos.













viernes, 8 de julio de 2016

Hermano lobo - 2 / Pirámides tróficas

Hay un importante concepto ecológico que nos auxilia en esto de comprender la armonía entre las poblaciones en los hábitats naturales. El concepto se centra allí, donde coexisten seres de diferentes especies coordinadas entre ellas, sin que para definirlas sea preciso recurrir a adjetivos lastimeros propios de otros modos, como la cruel culebra, el zorro astuto, el indefenso cervatillo o milongas de hadas entre nubes, geniecillos de monte o sapitos de la fuente cantarina que, al besarlos, se transforman en príncipes, siempre azules. La vida en la naturaleza es dura, muy dura para quienes habitan en esos territorios, y siempre muy alejada de tintes bucólicos, pero con un premio, dejar descendencia fértil.

Pero, a lo que voy. El concepto importante, como decía, es el de las pirámides tróficas, que nos indica las relaciones de los diferentes grupos de especies desde un punto de vista predador-presa y a través de las cuales se transmite la energía desde que los vegetales la captan del sol y la acumulan en la materia orgánica, a la vez que se va consumiendo.

PIRÁMIDE TRÓFICA

Los grandes grupos de seres vivos pueden clasificarse en autótrofos y heterótrofos. Los primeros son capaces de autoabastecerse de materia orgánica, gracias a la función clorofílica. Son los vegetales. Los heterótrofos, necesariamente han de tomar la materia orgánica en su dieta y según lo que coman los podemos clasificar en herbívoros, carnívoros y carroñeros. En una pirámide trófica, cada uno de estos grupos forma un estrato y se nutre del situado baje él. Además, los vegetales constituyen el único grupo de productores de materia orgánica y captadores de la energía que nos llega a partir del sol. Esta energía acumulada en los vegetales pasa a los restantes grupos conforme los van comiendo. Los carnívoros se nutren de herbívoros, obteniendo de ellos la correspondiente materia orgánica y energía. Cuando mueren los carnívoros, sus cadáveres son aprovechados por los carroñeros, que extraen de ellos la materia orgánica y la energía que aún mantienen de modo residual.

POR ELLAS ENTRA LA ENERGÍA
 EN LOS SERES VIVOS

Siempre ha sido así y sobre estas relaciones se construyen los equilibrios naturales. La verdad es que este esquema es simple, pero en general, el esquema es válido. Muchos vegetales sostienen una buena población de herbívoros, que a su vez sostienen algunos carnívoros. Los tamaños de las poblaciones van disminuyendo, de modo que el reflejo de las poblaciones en una pirámide es adecuado. La cúspide de la pirámide es pequeña (pocos carroñeros) y precisan de una buena base de vegetales. Por eso, en islas de tamaño mediano, no suele haber grandes carroñeros ni grandes carnívoros.

ASÍ PASA LA MATERIA ORGÁNICA DE UNOS GRUPOS A OTROS

Cualquier estrato necesita a los demás, y cualquier fallo en uno de ellos repercute en su conjunto. Cada especie de un ecosistema tiene su especie limitante, estableciéndose entre ellas las relaciones predador-presa, que mantiene equilibradas las cantidades relativas de ambas. Todas se necesitan a todas, todas equilibran a todas. Darwin, en el Origen de las especies, habla de las especies invasoras de un territorio. Dice de ellas que, al estar en hábitat nuevo y sin sus especies limitantes, se transforman en expansivas, peligrosas en esos nuevos hábitats por no tener especies que limiten su número. En nuestro país tenemos sobrados de ejemplos de especies invasoras. Tal vez hable de ellas en otra ocasión.

UN HECHO BIOLÓGICO

Hoy quiero hablar de un carnívoro que casi está en vías de extinción por causa de gente obcecada, que no sabe más que lo que le dictan los intereses inmediatos. Hablo del lobo, claro. En una pirámide trófica tiene un sitio concreto, pues es un carnívoro. Limita, con su actividad, las poblaciones de herbívoros y será alimento de los carroñeros. Su factor limitante lo constituye el tamaño de las poblaciones de herbívoros, ciervos y jabalíes entre otros. Pero en las poblaciones de lobos, el hombre se ha entrometido con fines no biológicos, siempre encaminados a diezmarlas sin ningún otro tipo de consideración. Hoy se matan lobos, sí. Tal vez en algunos territorios se hayan extinguido, no hay datos fehacientes, pero las poblaciones de herbívoros, sin su factor limitante natural, están adquiriendo dimensiones alarmantes. En toda España los jabalíes comienzan a incrementar su número de modo preocupante, lo mismo que los ciervos y otros herbívoros, dependiendo de las zonas. Ahora se pide remedio a esto.

NO HAY CRUELDAD: ES LA VIDA

Tal vez el remedio venga de retomar la situación natural, la de siempre, con salvedades. No se puede dejar desprotegido al ganadero que vive en zona de lobos, más bien es preciso protegerlo e indemnizarle adecuadamente cada vez que sus rebaños sufran ataques, pero hacerlo sin picarescas y con celeridad. No es plan recibir una indemnización por algún animal muerto cuando han pasado muchos meses desde el ataque de los lobos. No creo que sea difícil establecer un protocolo de actuaciones, incluso con calendarios que marquen plazos y generen confianza. Creo que hay perros que constituyen buenos cómplices en la lucha contra el lobo, pero hasta donde yo sé, no conozco ningún programa que subvencione la posesión de tales perros. Hace tiempo, en algunos lugares se depositaba carne con cierta periodicidad para alimento de lobos. Creo saber que esta práctica se ha abandonado. Tampoco conozco la existencia de medidas educativas que informen en los medios rurales de la necesidad del lobo y de sus efectos en las poblaciones naturales.

 EL VÉRTICE DE LA PIRÁMIDE

Podría citar más medidas efectivas para luchar contra lobos o para tratar de mitigar su acción agresiva. Pero curiosamente, nuestras medidas no se han incrementado, como sería de suponer, inspirándose en las actuaciones de otros países a los que les va bien en este tipo de política en medios rurales. Aquí no ha sido así. Aquí se han desechado todos esos programas y se ha preferido volver a matar lobos, tal vez por contentar al sector menos culto de la población y sin tratar de sacarlos de su incultura.

Mientras, seguiremos presenciando cómo se destruyen las poblaciones de lobos y de qué modo su ausencia incide negativamente en lo que queda de nuestros hábitats naturales. Y sí, seguro que siempre habrá quienes estén contentos de esas medidas, posiblemente el electorado de quienes tomaron tales decisiones.