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viernes, 10 de abril de 2020

Majadas y majaderos

Siempre me han gustado los refranes por la cantidad de saber que encierran. Un saber nacido muchas veces de un proceso intelectual que consistió en relacionar causas y efectos. Hay refranes acerca de costumbres, de relaciones familiares, de agricultura, de mil cosas. También los hay que ayudan a predecir un tiempo más o menos inmediato. 

jueves, 5 de enero de 2017

De refranes, majadas y majaderos

Siempre me han gustado los refranes por la cantidad de saber que encierran, un saber extraído muchas veces de relacionar, de modo inteligente, causas y efectos. Hay refranes acerca de costumbres, de relaciones familiares, de agricultura, de mil cosas, y también los que ayudan a predecir un tiempo más o menos inmediato.
UNA MAJADA


Como poco, nuestros refranes vienen del mundo romano. Aún hoy, en diferentes lenguas románicas existen refranes, todos ellos procedentes del latín, con significados similares. Por ejemplo, nosotros decimos “poco a poco, la vieja hila el copo”, y los franceses “pequeño a pequeño, el pájaro hace su nido”. La mujer y la sardina, cuanto más pequeña más fina. , que para los franceses es: La femme et la sardine, les plus petites sont les plus fines. En italiano se dice L’abito non fa il monaco. Cuando nosotros indicamos que el hábito no hace al monje. No quiero traer más ejemplos, que los hay. Pero en todos ellos, el sentido es el mismo aunque los enunciados varíen. 

Tema aparte es la existencia del refrán y el adagio. Mientras el refrán tiene todas las licencias para sentenciar, pudiendo ser soez, vulgar o gtosero, el adagio siempre tiene un profundo tono poético: “No digas de esta agua no beberé, que el camino es largo y puede apretar la sed”.


Quiero hablar de refranes y refraneros. En nuestra literatura, no es raro el personaje secundario socarrón, lleno de sabiduría popular, amante de refranes que va soltando oportunamente. Por ejemplo, Sancho Panza.

Al contrario que la Farmacología ha sabido transformar en conocimiento científico las cualidades medicinales atribuidas a las plantas, no ha ocurrido así con la Climatología y los refranes referidos a ella, al menos hasta donde yo sé. Claro que “cielo empedrado, suelo mojado” es de comprensión sencilla, pues los frentes lluviosos vienen precedidos por múltiples y pequeñas nubes altas, y que “cuando el grajo vuela bajo, hace un frío del carajo” lo comprendemos sabiendo que el grajo es un ave insectívora, que caza sus presas al vuelo y a bajas temperaturas son los insectos los que vuelan a ras del suelo. “Año de nieves, año de bienes”, nos promete la presencia de agua en verano, debida al deshielo.



Hay un refrán que me gusta mucho, “Hombre refranero, hombre majadero” y es el objeto de este escrito. Lo voy a comentar con algo de detalle, pues siempre me ha dado qué pensar. Cuando yo digo algún refrán, nunca falta alguna persona que me recuerde éste, siempre con afán de molestarme. Suelo contestarle, con mi mejor sonrisa, que sí, que “hombre refranero, hombre de majada”, como bien sabe quien me ha hecho el comentario. Por supuesto, aunque responda que sí, no lo sabe, pues para él, o ella, lo de majadero sólo quiere decir imbécil o similar.

Lamentablemente, en nuestra lengua los términos relativos a oficios agrícolas pueden terminar siendo despectivos. Por ejemplo, las últimas ediciones del diccionario de la RAE atribuyen a “rústico” una serie de acepciones relativas al campo y su ambiente, pero en ediciones anteriores también incluía “rudo, tosco, grosero”. Tras reiteradas quejas, se retiró esta acepción. En “Fortunata y Jacinta”, Galdós utiliza el adjetivo “hortera” para calificar al hacendado que no vive en la ciudad, sino en el campo, en sus huertas. Vemos que el significado de esta palabra ha cambiado en muy poco tiempo, habiendo adquirido un tono peyorativo.



Algo así ocurrió con la palabra “Majadero”. Ya Quevedo la utiliza como menosprecio. Creo que deriva de “majada”, relativo a los pastores trashumantes que pasaban las noches durmiendo a la intemperie, en las majadas, y por eso majaderos. Para ellos era útil y necesario el poder saber el tiempo que haría en un futuro inmediato. Les iba todo su trabajo en una buena situación climática y convenía poder predecir a corto plazo. Aquellos majaderos supieron relacionar muy bien las causas con los efectos y encerraron su saber en dichos cortos generando, de ese modo, unos conocimientos propios del oficio. Diré, con el refrán, que “cada maestrillo, tiene su librillo”.

Tal vez el refrán al que me refiero surgió en una sociedad de apariencias, donde la vanagloria era moneda corriente. Si en las ciudades, la gente deseaba conocer y acertar los orígenes de las fortunas, en este caso lo tenía bien sencillo. Si el investigado recurría a refranes, era clara su procedencia pues “hombre refranero, hombre majadero”.


Esta capacidad de aprender de la naturaleza, de comparar diversas causas con sus respectivas consecuencias, tal vez no siempre fue entendida y apreciada por los envanecidos habitantes de las ciudades. En vez de querer aprender de ellos, se les menospreció. Más sencillo. 

Siglos más tarde, Antonio Machado se quejaría de una manía muy nuestra de despreciar lo que ignoramos.

domingo, 14 de febrero de 2016

Una de refranes

Siempre me han gustado los refranes por la cantidad de saber que encierran, un saber extraído muchas veces de relacionar de modo inteligente causas y efectos. Hay refranes acerca de costumbres, de relaciones familiares, de agricultura y también los que ayudan a predecir un tiempo más o menos inmediato.

Nuestros refranes vienen del mundo romano. Aún hoy, en diferentes lenguas románicas existen refranes, todos ellos procedentes del latín, con significados similares. Por ejemplo, nosotros decimos “poco a poco, la vieja hila el copo” y “las paredes oyen”, y los franceses “pequeño a pequeño, el pájaro hace su nido” y “las paredes hablan”. El sentido es el mismo.

En nuestra literatura, no es raro el personaje secundario socarrón, lleno de sabiduría popular, amante de refranes, que va diciendo oportunamente, por ejemplo, Sancho Panza.
Al contrario que la Farmacología ha sabido transformar en conocimiento científico las cualidades medicinales atribuidas a las plantas, no ha ocurrido así con la Climatología y los refranes referidos a ella, al menos hasta donde yo sé. Claro que “cielo empedrado, suelo mojado” es de comprensión sencilla, pues los frentes lluviosos vienen precedidos por nubes, altas y según vemos, pequeñas y muy juntas. Por otra parte, “cuando el grajo vuela bajo, hace un frío del carajo” lo comprendemos sabiendo que el grajo es un ave insectívora, que caza sus presas al vuelo y a bajas temperaturas son los insectos los que vuelan a ras del suelo. “Año de nieves, año de bienes”, nos promete la presencia de agua en verano, debida al deshielo.


Hay un refrán que me gusta mucho, “Hombre refranero, hombre majadero” y es el objeto de este escrito. Lo voy a comentar con algo de detalle, pues siempre me ha dado qué pensar. Cuando yo digo algún refrán, nunca falta alguna persona que me recuerde éste, siempre con afán de molestarme. Suelo contestarle, con mi mejor sonrisa, que sí, que “hombre refranero, hombre de majada”, como bien sabe quien me ha hecho el comentario. Por supuesto, no lo sabe, pues para él, o ella, lo de majadero sólo quiere decir imbécil o similar.


Lamentablemente, en nuestra lengua los términos relativos a oficios agrícolas pueden terminar siendo despectivos. Por ejemplo, las últimas ediciones del diccionario de la RAE atribuyen a “rústico” una serie de acepciones relativas al campo y su ambiente, pero en ediciones anteriores también incluía “rudo, tosco, grosero”. Tras reiteradas quejas, se retiró esta acepción. En “Fortunata y Jacinta”, Galdós utiliza el adjetivo “hortera” para calificar al hacendado que no vive en la ciudad, sino en el campo, en sus huertas. Vemos que el significado de esta palabra ha cambiado en muy poco tiempo, adquiriendo un tono peyorativo.


Algo así pudo ocurrir con la palabra “Majadero”. Ya Quevedo la utiliza como menosprecio. Creo que deriva de “majada”, relativo a los pastores trashumantes que pasaban las noches durmiendo a la intemperie, en las majadas, y por eso majaderos. Para ellos era útil y necesario el poder saber el tiempo que haría en un futuro inmediato. Aquellos majaderos supieron relacionar muy bien las causas con los efectos y encerraron su saber en dichos cortos, generando unos conocimientos propios del oficio. Diré, con el refrán, que “cada maestrillo, tiene su librillo”.
Pero esta capacidad de aprender de la naturaleza, de comparar diversas causas con sus respectivas consecuencias, tal vez no siempre fue entendida y apreciada por los habitantes de las ciudades. En vez de querer aprender de ellos, se les menospreció. Más sencillo.

Siglos más tarde, Antonio Machado se quejaría de una manía muy nuestra de despreciar los que ignoramos.

jueves, 26 de marzo de 2015

TEXTOS COCINADOS

Califico como “cocinados” aquellos textos que, siendo de general conocimiento, se han modificado en tono jocoso o de otra índole, pera disfrazar el posible sentido duro de su versión original. En este caso, la “cocina” les presta un aire divertido de rebeldía ante posturas pretendidamente serias y, en cierto modo, dogmáticas.


ME LO DECÍA MI ABUELITO...
Traigo aquí algunas pruebas que yo recuerdo de mi época de temprana juventud, estudiante en Barcelona y lector de aquel semanario humorístico del que ya he hablado, que se llamaba “Don José”.

Son modificaciones de algunos adagios que se nos solían repetir a los jóvenes, en plan educativo. Recuerdo, por si es preciso, que la diferencia entre refrán y adagio reside simplemente en su tono. Mientras el refrán puede ser grosero y malsonante, el adagio siempre tiene tono poético.

Los adagios modificados (cocinados) que recuerdo ahora son los siguientes. No traigo aquí las versiones originales, pues las considero suficientemente conocidas:

Cría cuervos y tendrás muchos.
Quien mal anda, tropieza y se cae.
Dime con quién andas, y te diré cómo se llama.
Mal de muchos, epidemia.
.
CRIA CUERVOS...
Otro tipo de “cocinado” son los cortes. Me explico. Hay ocasiones en que un texto mejora mucho, o adquiere un matiz más claro, simplemente cortándole algo, no dejando que sea muy explícito y provocando al oyente, o al lector, a que complete su mensaje.

Hay un dicho muy conocido: “No digas de esta agua no beberé…” Muchos lo completan con aquello de “…ni este cura no es mi padre”, haciéndonos ver, entre sus risas cuarteleras, que desconfían de la honorabilidad de su madre, y la pregonan. Allá ellos y su discernimiento.

El adagio dice: “No digas de este agua no beberé, que el camino es largo, y puede apretar la sed.” Realmente, el final no añade nada al mensaje inicial, que es el que se mantiene entre nosotros.

Todos conocemos aquello de “en el medio está la virtud”, e incluso hay quienes se lo atribuyen a Aristóteles o a Sócrates. Yo no sé quién lo dijo por vez primera, pero sí sé su enunciado latino que es (perdón si hay fallos en la escritura, recuerdo que soy biólogo) “In medio virtus quando strema sunt vitiosa, sed si fuerint prodigiosa, in eos invenietur”  Es decir, “En el medio está la virtud cuando los extremos son viciosos, pero si fuesen prodigiosos, en ellos es donde se encuentra.
 
PERO SI FUESEN PRODIGIOSOS...
En este caso el corte me parece hecho para justificar las pocas ganas de arriesgarse en cualquier cosa. Cuando los extremos son prodigiosos (La madre Teresa de Calcuta y sus monjas, las ONG’s cuidando enfermos de Ébola…) allí es donde está la virtud. Lo dijeron los sabios de la Antigüedad, yo sólo lo repito.

En nuestro romancero tenemos un hermoso ejemplo de texto recortado. Me refiero al Romace del Conde Arnaldos, que otros dicen del Infante Arnaldos. Siempre me intrigó su principio: “Quién tuviera tal ventura/a las orillas del mar/cual tuvo el Infante Arnaldos/ la mañana de San Juan”.

DÍGASME ESE CANTAR
Pero no llegamos a saber la ventura envidiada por el cantor del hecho, pues el romence termina con aquello de “- marinero, marinero/ dígasme ora ese cantar./ -Yo no digo mi canción /más que a quien conmigo va.” Y aquí termina todo. Yo siempre lo interpreté como que el marinero le decía al Infante que se metiera en sus cosas, y no fuera incordiando. Pero no. El romance sigue contándonos que la canción debió gustar tanto al Infante que se decidió a subir al barco y allí, Oh, alegría¡ encuentra a su madre junto a su hermana, a quienes buscaba desde hacía tiempo. Esa era la ventura envidiada al inicio del romance, pero éste adquiere un toque almibarado que no fue muy del gusto de la gente, que rápidamente lo eliminó, dejando ese halo de misterioso final, que hace de este romance uno de los mejores de nuestro rico romancero.

Termino con un texto cocinado que me resulta muy simpático y es el que parodia parte de una escena de La Vida es Sueño (Jornada I, escena II) Allí, Rosaura invita a Segismundo a conformarse con su suerte y le dice aquello de “Cuentan de un sabio/que un día…” Traigo una simpática parodia que apareció en aquella revista llama “Don José”, de corta vida y largo recuerdo.
MARILYN

Cuentan de un hombre, que un día
Tan canso de amor estaba,
Que unos besos rechazaba
Que la Loren le ofrecía.
¿Habrá otro, entre sí decía,
Más canso de amor que yo?
Y cuando el rostro volvió
Halló la respuesta viendo
A otro hombre, que iba huyendo,
De la Marilyn Monró.


jueves, 14 de febrero de 2013

REFRANES. MAJADAS Y MAJADEROS



Muchos de nuestros refranes vienen del mundo romano. En diferentes lenguas románicas existen refranes, todos ellos procedentes del latín, con significados similares aunque con construcciones algo diferentes. (Nosotros decimos “las paredes oyen” y los franceses “las paredes hablan”, por ejemplo).





Me gustan los refranes por la cantidad de saber que encierran. Un saber extraído muchas veces de relacionar de modo inteligente causas y efectos. Hay refranes acerca de costumbres, de relaciones familiares, de agricultura. También los hay que ayudan a predecir el tiempo más o menos inmediato.




Al contrario que la Farmacología ha sabido transformar en conocimiento científico todas las cualidades medicinales atribuidas a las plantas y guardado en la tradición, no ha ocurrido así con la Climatología y los refranes referidos a ella, al menos hasta donde yo sé. Claro que “cielo empedrado, suelo mojado” es de comprensión climatológica sencilla o que “cuando el grajo vuela bajo, hace un frío del carajo” lo comprendemos sabiendo que el grajo es un ave insectívora, que caza sus presas al vuelo y a bajas temperaturas son los insectos los que vuelan a ras del suelo. Hay uno que no logro comprender “Marzo ventoso y abril lluvioso, hacen a mayo florido y hermoso” Siempre pensé que el viento de marzo polinizaría las flores, pero éstas, según lo dicho en el mismo refrán, no aparecerán hasta mayo, es decir, en el mes de marzo del refrán aún no hay flores. El efecto del agua sobre los vegetales es obvio, pero para mi entender, el viento poliniza y dispersa frutos y semillas. ¿Qué frutos o semillas hay en las plantas en el mes de marzo? ¿Algunos del verano anterior que han permanecido durante todo el invierno? No entiendo, la verdad, el efecto beneficioso que sobre las plantas silvestres pueda tener el viento de marzo, como no sea la polinización, si hay flores, claro. Cuando haya frutos o semillas que diseminar, será otra cosa, pero eso no ocurre en marzo




Hay un refrán que me gusta mucho, “Hombre refranero, hombre majadero” y es el objeto de este escrito. Lo voy a comentar con algo de detalle.


En nuestra lengua los términos relativos a oficios agrícolas pueden terminar siendo despectivos. Por ejemplo, la última edición del diccionario de la RAE atribuye a “rústico” una serie de acepciones relativas al campo y su ambiente, pero en ediciones anteriores también incluía “rudo, tosco, grosero”. Tras reiteradas quejas, se retiró esta acepción.


En “Fortunata y Jacinta”, Galdós utiliza el adjetivo “hortera” para calificar al hacendado que no vive en la ciudad, sino en el campo, en sus huertas. Vemos que el significado de esta palabra ha cambiado en muy poco tiempo.


Algo así ocurrió con la palabra “Majadero”. Ya Quevedo la utiliza como menosprecio. En principio, puede derivar de “majada”, relativo a los pastores trashumantes que pasaban las noches durmiendo a la intemperie, en las majadas, por eso majaderos. Para ellos era útil y necesario el poder saber el tiempo que haría en un futuro inmediato. Aquellos majaderos supieron relacionar las causas con los efectos y encerraron su saber en dichos cortos y escuetos, los refranes.


Pero esta capacidad de aprender de la naturaleza, de comparar diversas causas con sus respectivas consecuencias y plasmarla en sentencias apropiadas, tal vez no siempre fue entendida y apreciada por los habitantes de las ciudades. En vez de querer aprender de ellos, se les menospreció. Más sencillo.


Siglos más tarde, Antonio Machado se quejaría de una manía muy nuestra de despreciar lo que ignoramos. Parece que viene de lejos esta costumbre...