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viernes, 30 de marzo de 2018

O sobreiro assobiador

Cuando yo era niño, me creí todo cuanto me decían los mayores y lo que leía en los cuentos y tebeos, ahora  llamados comics. Con toda aquella información me fui creando un mundo propio, mío, en el que habitaba feliz. Luego, las cosas se me fueron manifestando de manera diferente a como yo las había imaginado.

O sobreiro assobiador

Recuerdo que una vez íbamos mi padre y yo en coche. Pasamos junto a un gran pinar y le pregunté si aquello era un bosque. Ante su respuesta afirmativa, le  dije que dónde estaba el lobo. No recuerdo qué me contestó, pero me dejó conforme, y ya no volví a buscar al lobo en un bosque. Por cierto que este pinar existe todavía y muchas veces que paso junto a él, recuerdo a mi padre y esta anécdota.

Más tarde, estaba en A Coruña, en la Playa de Riazor con mi hermana Sole. Había oleaje y yo quise ver la boca de las olas. Esta vez fue mi hermana la encargada de ponerme con los pies en el suelo, también con delicadeza y cariño. Yo conocía cuentos en los que las olas aconsejaban a niños y siempre les aconsejaban bien.

Mas tarde, ya leía cuentos con abundante texto y pocos dibujos. Leí uno que aún recuerdo con nostalgia, aunque nunca supe su título. Dos hermanos llegaban a una isla y uno de ellos se hizo acompañante de los árboles. Tanto les acompañó, que terminó teniendo forma de árbol  con sus pies transformados en raíces, aunque hablaba con su hermano. Una tormenta provocó un incendio y el muchacho-árbol murió a consecuencia suya, si bien su hermano tuvo tiempo para cortarle una rama, pequeña, que luego plantó. La ramita enraizó y, aunque ya no hablaba, siempre estuvo acompañada por su hermano, que iba por las tardes a sentarse junto a ella y hacerle compañía.

Majestad

En relación a árboles, siempre he tenido mis pautas y preferencias. No sorprenderé a nadie si comento cuánto recuerdo a mis profesores de botánica en la Universidad de Barcelona, cuando en ella me adentraba en mis conocimientos de Ciencias Biológicas. Aprendí a reconocer los árboles por sus hojas o sus troncos. Aún ahora, cuando en la tv veo a un personaje diciendo que bla, bla, bla y “esta boca es mía”, yo no le hago caso y digo para mis adentros que, visto el tronco junto al que se cobija, está bajo un plátano, un pino, una acacia o un camelio, o bien al lado de una adelfa, una piracanta o lo que sea. Sigo reconociéndolos como amigos de toda la vida, pues siempre me han gustado los árboles y los fotografío con cariño y admiración.

Árboles muy queridos por mi, que ya no existen

Admiración, sí. Tal vez no seamos conscientes de hasta qué punto sufren y han sufrido los ataques de una civilización esclava de un mal entendido progreso, ésta en la que vivimos. Hemos visto arrasar arboledas enteras para hacer un aparcamiento que se llena durante la fiesta de cualquier patrón, es decir, dos días al año. Por eso, los árboles que aún quedan en pie a veces son los resistentes, los que han logrado superar los ataques de horteras medidas emprendidas en nombre de un supuesto progreso. Hace pocos días, un amigo mío hablaba de la rotunda dignidad que es capaz de transmitir un bosque vivo y me emocionó recordar eso, la serenidad de algunos bosques que tenemos más o menos cerca. Los hay hermosos en pleno Camino de Santiago. Llenos de vida y silencio, dejando transcurrir el tiempo a su lado.

Soutomerille. El castaño engulle al muro

Cerca de A Estrada me encontré con un corpulento árbol que me asombró por sus dimensiones. De esto hace unos treinta años y hoy no sabría volver al sitio en que estaba, ni qué tipo de árbol era. Pero sí conozco bien uno que me impresiona. Junto al Camino Norte, en Soutomerille, hay un castaño que fue plantado cerca de un murete. De esto hace cientos de años. El tronco, al crecer, se fue engullendo al muro y hoy es sobrecoger constatar ese hecho. Lástima que sólo está el tronco inicial, pues en su momento fue talado, aunque se han dejado crecer alguna ramas retoñadas.

El mismo árbol y sus ramas actuales.

Desde hace cierto tiempo, 13 años en concreto, en el Parlamento Europeo se honra a los árboles escogiendo por estas fechas al que será el Árbol Europeo del Año. Para la elección se utilizan diversos criterios, entre otros la votación popular. Esta vez el honor le ha correspondido a un venerable alcornoque portugués, de 234 años. Sus datos impresionan, así como sus magnitudes y su contribución a la economía del territorio. En solo una ocasión, 1991, se extrajeron de él 1200 kg de corcho, una producción mayor que lo que puede producir cualquier otro alcornoque en toda su vida. Con un tronco cuyo perímetro supera los 4 metros, a su sombra se han celebrado, y se celebran, multitud de actos festivos y culturales.

Caminos en vías de extinción

En sus ramas anidan muchas y diversas aves. De ahí le viene el sobrenombre que le dan en la comarca, El Alentejo, el “Sobreiro assobiador”, el alcornoque silbador, debido a los múltiples y diversos trinos que salen de sus ramas. Y yo no puedo olvidarme que desde hace 2600 años, también a un sauce propio de Mesopotamia se le llama llorón porque bajo sus ramas se escondían los judíos para lamentar su destierro, en tiempos de Nabucodonosor y de entre sus ramas salían los lamentos, que la gente atribuía a los árboles.

Sauce llorón
Dos nombres bonitos de árboles que surgen de sonidos que nos han llegado procedentes de sus ramas. No, los árboles ni lloran ni silban, pero los evocamos de ese modo, tal vez por atribuirles sentimientos o capacidades humanas. Eran otros tiempos los del destierro de judíos en Babilonia, o son otros modos, como el pausado transcurrir del tiempo en esa entrañable zona portuguesa, pero me gusta pensar que hubo una época en la que convivíamos de tal manera con los árboles que incluso les atribuíamos capacidades humanas.

Los árboles siguen ahí, a nuestro lado. Parece que en algunos casos podría decir que siguen a pesar de estar junto a nosotros. ¿Acaso somos enemigos suyos? Aunque tengo mi respuesta, prefiero que cada uno dé la suya propia. Pero hay algo que tengo muy cierto, los árboles están en el Planeta desde mucho antes de nuestra aparición como especie, y creo que es muy posible que cuando la especie humana se extinga, seguirán habiendo árboles por aquí.