Cuando yo era niño, antes de esta globalización, vivíamos diferentes temporadas. Estaba el tiempo de las uvas, el de las castañas, el de las naranjas, las mandarinas, las ciruelas y así hasta un largo etcétera. También estaba el de los grelos, el de las acelgas, los repollos, con su correspondiente etcétera. Toda esta temporalidad también incidía en las cocinas y sus productos, los menús.
TIEMPO DE AMAPOLAS |
Dependíamos más de la naturaleza y sus ciclos. Más tarde vinieron los invernaderos. Tuvimos plátanos en todo momento, pero se perdió aquel entrañable olor que despedían y que impregnaba la casa entera. Yo, amante de las uvas, las he comido todo el año, cada vez procedentes de un lugar geográfico diferente. Las verdad es que muy sabrosas, pero lo cierto es que cada vez ingiero más alimentos naturales a destiempo, es decir, fuera de “su” tiempo, aquella cita de antaño.
Lo mismo ocurre con las flores, pues podemos comprar las que queramos en la época que lo deseemos. Por ejemplo, claveles a mitad del más riguroso invierno. Claveles que vienen del invernadero de cualquier parte del mundo a través de Holanda, que en eso también hay que saber comerciar y distribuir y los holandeses son los dueños del mercado floral internacional.
DE FLOR EN FLOR |
Lo cierto es que cada vez estamos más alejados de los ritmos naturales, de los de la naturaleza. Ahora, abril de 2020, hay un estallido vital en todas partes. La naturaleza revienta con fuerza, pero nosotros casi, casi, ni nos enteramos, pues nos nutrimos de productos de invernaderos.
Lejos de los invernaderos, la naturaleza vive un equilibrio sostenido de simultaneidades asombrosas. Todos los seres de la misma especie están en fases similares, por eso se habla del tiempo de las cerezas, cuando todos los cerezos tienen sus ramas atestadas de frutos, o del tiempo de las castañas, o de las manzanas o de los otras tantas frutas. Todos los individuos de cada una de esas especies alcanzaron su fase de fructificación al mismo tiempo. A eso es a lo que llamo sincronía. También las amapolas florecieron juntas, o las margaritas. El trigo maduró al mismo tiempo.
DIGITALIS EN FLOR |
A veces parece como si el campo viviese un concierto general en el que cada instrumento estuviese representado por una especie. Lo mismo que en una obra musical cada instrumento entra en momentos concretos, haciendo sonar su melodía concreta, en la naturaleza cada especie posee su ritmo vital y cumple su cometido biológico dentro del ecosistema en que está.
Por ejemplo, polinización de flores. A veces, cuando vemos una abeja sobre una flor pensamos en lo que hace, en fecundar una planta y dar lugar de ese modo a la generación siguiente. Cierto, muy cierto, pero son muchas las variables que han incidido en lo que vemos. Todo nuestro entorno está finamente ajustado por la selección natural. Seguramente hubo variabilidad en las épocas de floración, días arriba, días abajo, pero la selección favoreció a aquellas plantas que, por causas genéticas, florecían a la vez que andaban las abejas libando. Lo mismo debió de ocurrir con las abejas. Unas aparecieron cuando aún el polen no había madurado, o bien nacieron después de que lo hubiese hecho. Únicamente sobrevivieron aquellas que, por causas genéticas, nacieron justo cuando las flores estaban maduras. Las flores las alimentaron, pero produjeron polen, fueron polinizadas y dieron semillas para formar la generación siguiente.
El equilibrio y la sincronía de la que hablo no es fruto de la casualidad, creo yo. Todos sabemos que las abejas van “de flor en flor”. Lo dice la copla, la poesía, el refrán. Es algo constatado por todos. Y tal vez no hayamos reparado en que si es así es porque, en ese momento dado, todas las flores de una especie se encuentran en el mismo estado reproductor y se está llevando a cabo la polinización cruzada sin que la abeja sea consciente de hacerlo.
Alguien puede decirme que hay muchas especies animales y vegetales que son hermafroditas. Eso es totalmente cierto, pero muchas especies no son hermafroditas simultáneos, sino que al principio son machos y, después de cambios fisiológicos, pasan a ser hembras, como los caracoles (hermafroditismo proterándrico se llama). Por otra parte, salvo algunas excepciones (endoparásitos y plantas de ciclos complicados), los seres vivos son autoestériles por causas estructurales o genéticas. Sabemos que un cerezo solitario no produce fruto, a pesar de tener flores hermafroditas.
En el monte, que es donde se desarrolla la vida, todo está muy programado para la fertilización cruzada, para la sincronía y para que los seres vivos en general, den origen a la siguiente generación, contribuyendo de este modo al mantenimiento de la especie a la que pertenecen.
Mientras, como en un cuento o en una leyenda, hay flores que se dejan polinizar por el viento, como seres de las mil y una noches.
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