Siempre han existido frases hechas que resumen las coordenadas entre las que nos movemos. Frases que nadie ha cuestionado, por considerarse verídicas e inamovibles en su contenido. Tal vez como unos pilares de la civilización o de nuestra cultura. En ese plan, se nos dijo que todos somos iguales.
Esta idea viene de lejos. Ya Platón, al hablar de las esencias de las cosas, dijo de ellas que eran inmutables, en todo caso presentaban entre ellas pequeñas variaciones, nunca hereditarias, y que a lo largo de las generaciones seguían siendo iguales a ellas mismas. Las esencias no variaban, que eran lo que se heredaba y, por tanto, se transmitía a lo largo de las generaciones.
Nadie cuestionó esta idea. Es más, en física y química tuvieron un fuerte soporte experimental, pues una vez descubiertas las propiedades de un metal determinado, tal elemento mantendría sus propiedades a lo largo y ancho del mundo y, además, a través del tiempo. Platón explicaría esto con su idea de las esencias. Al estudiar las cualidades de ese metal se habían descubierto las cualidades de su esencia, siempre inmutable (cualidades esenciales).
Cuando se constituyeron las primeras asambleas de ciudadanos en las nacientes democracias del siglo XVIII, formaron parte de ellas científicos de la rama de la física, de la química o la medicina. Nunca biólogos, pues en aquel tiempo la biología daba unos primeros pasos de modo muy incierto en comparación con los grandes logros en otro tipo de ciencias.
Las primeras Constituciones surgidas de estas asambleas, muestran el desconocimiento que tenían aquellos hombres sobre la Humanidad. En todas ellas se viene a decir, más o menos, que “Todos los hombres son iguales”. Por otra parte, había tanta mortalidad infantil, que se tardaban cierto número de días en declarar a los bebés sujetos de todos los derechos, admitiendo de este modo la naturalidad de ese tipo de mortalidad. Quiero llamar la atención, además, de que se decía que “todos los hombres”, pues las mujeres no estaban contempladas en estas declaraciones.
A veces, otorgamos mayor credibilidad a una frase hecha que a lo que vemos. Es falso que seamos iguales, y no es difícil de hacerlo comprender a quien esté dispuesto a deponer sus creencias. “Todos los hombres son iguales” es falso, pues cualquier población está compuesta por una mitad de hombres y la otra mitad, de mujeres. Fuera igualdad. Por otra parte, dentro de la población humana existen diferentes grupos sanguíneos, A, B, AB y 0, que confieren a sus portadores determinadas características bioquímicas. No hablemos de los grupos rH, con sus implicaciones en los embarazos y consiguientes partos. No quiero hablar de textura y color del pelo o color de ojos, donde todos vemos variabilidad. No somos iguales, no. Aristóteles ya había hablado de la individualidad de los seres vivos. Ningún ser es repetible, salvo los casos de reproducción asexual.
Entonces, se me puede preguntar que dónde reside la igualdad de los humanos. En las leyes. Todos somos iguales ante la ley, y las constituciones modernas así lo reflejan: “Todas las personas nacen iguales ante la ley”. Ya se habla de personas, no de hombres o mujeres, y ya se cita el momento del nacimiento como el momento en que el bebé adquiere sus derechos. Ahora existen polémicas acerca de si tales derechos se retrotraen a momentos anteriores al nacimiento y es bueno que esas cosas se discutan, se estudien y se aclaren. También, ya lo sabemos, las polémicas sobre los derechos de los seres vivos se extiende a otros seres vivos, muchas veces sólo mamíferos y aves, nuestros parientes más próximos en la escala filogenética. También se llegará a hablar de los derechos de los vegetales, ya lo veremos.
¿Quién descubrió esta diversidad en los seres vivos? Prescindiendo de Aristóteles, que ya he comentado, el primero que mencionó la singularidad de cada uno de los seres vivos fue Darwin en su libro El Origen de las especies. En el primer capítulo de la obra, “Variación en estado doméstico”, Darwin nos habla de un tema inamovible debido al prestigio de su mentor, Platón. Darwin quiere incidir en el hecho de la variabilidad de animales y plantas, e insiste en cómo en domesticidad este variabilidad es más frecuente que en la vida salvaje. Después de citar muchos ejemplos, da un paso conceptualmente más arriesgado para insistir en que tal variabilidad puede ser hereditaria, contradiciendo a lo dicho por Platón.
El ejemplo que escogió para hacerlo es sorprendente, las palomas domésticas. En aquella época, difícil hoy de imaginar sin radio ni televisión, muchos hombres pasaban sus ratos libres en palomares domésticos en los que cuidaban de sus palomas. Había concursos de belleza, de velocidad y otros caracteres, y los hombres seleccionaban sus palomas con vistas a mejorar algunos de sus rasgos. Sin saberlo, estaban actuando conforme a admitir que existía variabilidad entre sus palomas y que, además, esta variabilidad podía ser heredada.
Una vez asumido que la variabilidad de algunos caracteres puede ser hereditaria, el resto del libro lo dedica Darwin a explicarnos cómo los organismos, debido a esa variabilidad, pueden estar más o menos adaptados ecológicamente a sus respectivos ambientes y cómo, debido a esto, va actuando la selección.
Aplausos para Darwin que revolucionó el mundo con su obra.
ResponderEliminarAbrazos
chiruca
Dices bien "el mundo", Chiruca. No solo revolucionó la biología. Besos
ResponderEliminarCreo que no nos podemos imaginar lo que suposo afirmar en su tiempo que las poblaciones evolucionan durante el transcurso de las generaciones mediante un proceso conocido como selección natural...
ResponderEliminarEl gran impacto de la teoría de Datwin fue la presentación de la selección natural como agente del cambio evolutivo. En su época, el hecho de la evolución estaba ampliamente aceptado, con lagunas conceptuales, como el módo en que se ejecutaba. Un saludo, Norte.
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