Los veranos tienen un aire recurrente en el que nos sentimos cómodos. Las hogueras de San Juan, los fuegos del Apóstol, las romerías de san Roque, las procesiones marinas del Carmen, el paso de peregrinos, las Perseidas con San Lorenzo. Siempre, los incendios forestales como telón de fondo. Con ellos no nos sentimos nada cómodos. Nunca nos acostumbraremos a ese fuego traidor que, siempre, nos genera la misma zozobra. ¿Hasta cuándo será así?
Porque sabemos que aunque vendrán cada año, siempre querremos que éste en el que vivimos sea el último. Es un mal que se ha hecho endémico de nuestro paisaje y no es raro el día en el que no vemos una columna, o más, de humo que nos indica que sí, que allí, hay fuego. Luego nos dirán que si fue provocado, que si las condiciones climatológicas, que si las culturales, que si tal y que si cual. Razones nunca faltan, pero no comprendemos ni compartimos.
Tampoco voy a decir que los que mandan quieran que haya fuegos, no es eso. Pero tampoco veo que hagan mucho para evitarlos. Porque los incendios se pueden evitar luchando contra sus causas antes de que ocurran, o bien intentando sofocarlos cuando ya han ocurrido. La verdad es que, en Galicia, veo pocas medidas preventivas de incendios. Tan pocas como ninguna. Tan sólo cuando aparecen los primeros fuegos, se espera a los segundos y entonces salen a las carreteras y caminos unos coches más propios de museos y talleres de desguaces intentando resolver y solucionar lo que ya no tiene solución.
Se clama por una ley de montes y por brigadas de mantenimiento del monte que actúen todo el año, pero eso parece que es mucho pedir en este país en que las austeridades están consagradas cuando se trata de inversiones con estos fines. Los técnicos hablan de medidas preventivas implantadas en otros países y que han sido eficaces, pero aquí nunca se hace nada de ese tipo.
Los montes están sucios, llenos de maleza seca y cualquiera que cruce Galicia por carretera lo puede comprobar. Por otra parte, el bosque autóctono pierde terreno frente al pino y al eucalipto, especie ésta predilecta de cierto tipo de empresas. El eucalipto reseca el terreno, ya lo sabemos, pero actuamos como si no lo supiésemos.
Con la dispersión de población que tenemos en Galicia, a poco que ardan unas hectáreas, tendremos al fuego en las puertas de las casas. Es entonces cuando gente anónima, pero generosa y altruista, la misma que se echó a las vías del tren accidentado en la tarde del 24 de julio de 2013 para ayudar en lo que se pudiera cuando lo del Alvia en Angrois, esa misma gente, repito, no tiene reparo ni miedo alguno para acudir con cubos, mangueras domésticas, con lo que sea, para ayudar a los bomberos e intentar salvar también eso, lo que sea.
Mientras, las autoridades a miles o centenares de kilómetros de distancia, hablaran de manos diabólicas y otras metáforas, pero se olvidarán de pasividades cómplices que no quisieron, o no supieron, cortar por lo sano cuando aún no habían llegado los tiempos de lamentarse.
Estos tiempos que, justo, vivimos ahora.
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