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LA IGLESIA DOMINA TODO |
Portomarín. La evocación de este nombre llena de nostalgia a aquellos que lo escuchan y especialmente si tienen cierta edad. En este año de 2013, se conmemora (no digo “se celebra”) el medio siglo desde que el pueblo original fue anegado para la construcción de un embalse que, decían, cambiaría la faz de la zona. Y la cambió. Cuando las aguas anegaron todo cuanto estaba previsto, ya se habían llevado a un cerro próximo la iglesia-fortaleza de S. Juan, vinculada a los caballeros de San Juan de Jerusalén. Pero no era éste el único edificio que se había trasladado, también |
BONITA, ALTIVA Y SUCIA |
corrieron igual suerte la fachada románica de S. Pedro y unas cuantas casonas. El traslado se hizo de modo riguroso, piedra a piedra, y con esos edificios en la nueva situación, se quiso configurar un pueblo que salió con un cierto aire castellano. Una plaza central a la que confluían las calles con casas todas iguales, de planta baja, primer piso y soportales adintelados, nada gallegos. Bajo las aguas quedaron las casas en las que habían vivido generaciones de habitantes, los restos del puente de peregrinos y un sinfín de recuerdos y vivencias que no cuentan a la hora de evaluar indemnizaciones. En aquella situación, era preciso dar vida al pueblo. Hubo veces en que parecía que lo iban a cerrar para mandarle la llave a quien había permitido tales desmanes. De nada valió que de modo artificial se organizasen festivales veraniegos o se abriese un parador de turismo en un edificio de nueva planta. Se le regaló una casona al obispo de Lugo que, palaciego él, lo aceptó para pasar allí parte del verano (Al pueblo se le llamó Portogandolfo de modo jocoso…). Nada. Sólo algo extraordinario sería capaz de salvar a Portomarín.
Y el hecho ocurrió de modo inesperado. Reunida la Comisión |
DENTRO, EVOCO A LOS MONJES GUERREROS |
pertinente de la UNESCO en Cartagena de Indias, el 10 de diciembre de 1993, el Camino de Santiago fue declarado patrimonio de la Humanidad. Tal vez muchos no comprendieron entonces la trascendencia que tal declaración tendría para el total de los territorios atravesados por el Camino, pero desde aquel año, todos los lugares por los que pasa han modificado totalmente su aspecto. Uno de los pueblos beneficiados por este cambio ha sido Portomarín y donde antes casi no había dónde alojarse, hoy son numerosos los albergues para peregrinos, además de algún hotel. Aquella plaza, antes desangelada, hoy bulle de gente que va y viene todo el año llenándola de alegría y color. Entre los monumentos más significativos de Portomarín está la
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ESCUELA DE MATEO |
iglesia de S.Juan, un robusto edificio románico de una sola nave. Hasta hace poco tiempo, los sillares aún conservaban, en color rojo, los números que se les asignaron antes de su traslado a su nueva ubicación. El edificio está coronado de almenas y, si lo miramos con ojos avispados, vemos cómo las ventanas laterales son estrechas y altas, casi saeteras. Sus dos únicas amplias fuentes de luz son los rosetones (de 5 mts. de diámetro), que ya no son fácilmente accesibles desde el exterior. Además de iglesia, era una fortaleza y al construirla no se quiso disimular su función. Los guardianes de la iglesia eran guerreros y debían estar dispuestos a que en algún momento sería preciso defender el edificio. Por eso todas estas defensas, además de las cuatro torretas que tiene. Pero es una iglesia hermosa, monumental, con una fachada que muestra intensas influencias conceptuales del Maestro Mateo, hasta el punto de atribuírsele su factura a algún discípulo suyo. En las paredes exteriores e interiores, es fácil ver las señas de los canteros que trabajaron en su construcción. A veces, he pensado que esas piedras debieron haber sido traídas de lejos, pues es piedra caliza extraña en la zona. No sé qué pretendieron sus constructores con esta forma de edificación, tal vez impresionar, no lo sé. Hoy la fachada está muy sucia, tal vez por su exposición a vientos y lluvias, y parece que nadie clame por su limpieza.
Ya he dicho que, en su día, Portomarín fue un pueblo al lado del río Miño. Para cruzarlo habría un barquero que cobraría sus tasas. Con el tiempo, se erigió un puente que resultó más |
OTROS AFANES |
cómodo de pasar, aunque siguió siendo preciso pagar las correspondientes tasas por utilizarlo. Cuando se trasladaron al pueblo “de arriba” los monumentos que he mencionado antes, también se pasó un arco de este puente y la garita donde estaban las oficinas recaudatorias del pontazgo, el fielato. Bajo las aguas quedó algún otro arco, que también es posible ver cuando se retiran las aguas. Con vistas al embalse de Belesar, hoy se han creado numerosos albergues con bonitas vistas al río y el pueblo bulle de gente que descansa en sus terrazas, paseando, realizando algunas rutas de senderismo, o haciendo uso de los paseos en catamarán que se ofertan para moverse a lo largo del embalse. En este plan, Portomarín casi representa un remanso en el Camino después de una etapa cómoda y ante la perspectiva de otra que tampoco |
AQUI SE PESCABAN ANGUILAS |
amenaza con mucha dureza. El paisaje es bonito y la gastronomía tentadora. En épocas anteriores a ser anegado, el pueblo era famoso por las anguilas que se podían pescar en el Miño. Aún hoy, cuando las aguas bajan por completo y es posible ver las bases de las antiguas casas, también quedan al descubierto las estructuras desde las que se pescaban anguilas. Gusta ver los restos del pasado, se intuye un futuro asentado en |
OTROS TIEMPOS |
el Camino, pero el sentimiento más intenso cuando se está en Portomarín es una intensa e indefinible nostalgia. Los jóvenes ya no la sienten, y me alegro.
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